“La mentira es universal… Todos mentimos; todos tenemos que hacerlo. Por lo tanto, lo inteligente es educarnos con esmero para que mintamos de manera juiciosa y considerada; para que mintamos con un buen propósito y no con uno pérfido, para que mintamos en beneficio de los demás y no en el nuestro; para que nuestras mentiras sean balsámicas, caritativas y humanitarias, y no crueles, letales o maliciosas…” (Fragmento del ensayo “La decadencia del arte de mentir” de Mark Twain, Estados Unidos 1835-1910).
Desde las ideas de San Agustín podemos definir a la mentira como un lenguaje propio contrario a nuestro pensamiento capaz de producir engaño con voluntad de ello.
Tal vez en contraposición deberíamos pensar ¿qué es la verdad?, ¿qué significa?, ¿dónde comienza la autenticidad, la honestidad y la transparencia?, ¿qué papel juega la moral atada al acto de ser fieles a aquello en lo cual creemos? ¿existe la honestidad brutal?
Es verdad que la literatura ha lanzado al estrellato a algunos mentirosos como Pinocho de Carlo Collodi (Florencia, Italia 1826-1890), a Raskolnikov de “Crimen y castigo” de Fédor Dostoievski (Moscú, Rusia 1821- San Petersburgo, Rusia 1881) o a Anna Karenina de León Tolstói (Rusia 1828-1910).
En la versión original de Collodi ante cada mentira de Pinocho no sólo le crecía la nariz, sino que también se le acortaban las piernas.
Raskolnikov miente con el propósito que nadie sepa que se ha convertido en un asesino.
Anna Karenina arma un escenario diferente cada día para poder verse con su verdadero amor, cosa no muy bien vista por aquellos tiempos en una señora casada.
Y si de mentiras y mentirosos seguimos contando en “El astillero” de Juan Carlos Onetti (Montevideo, Uruguay 1909- Madrid, España 1994) todo es un gran engaño. Larsen regresa a su pago luego de “cinco años de destierro”. Oscuridad, soledad y desesperación son disimuladas con el fervor profundo de obtener una segunda oportunidad. Así todos mienten entre si. Angélica Inés, la hija del dueño del astillero promete trabajo a Larsen y elevar su estatus. Jeremías Petrus jura que será coherente, pero sólo simula ante rostros que muestran lo que no es.
En “Últimas tardes con Teresa” de Juan Marsé (Barcelona, España 1933-2020) aparece otro personaje, un gran mentiroso, Manolo ese chico pobre y marginal el cual viaja de Murcia a Barcelona con el objetivo de mostrar ser otra persona. Eso fue lo que soñó de pequeño, ser otro. Ama lo bello, lo costoso, lo estético. Aunque posee un flaco bolsillo y un extenso prontuario, logra colarse entre los ricos de una ciudad que invita a soñar, pero él no es el único que miente sobre su identidad.
En definitiva mentir es casi como un autoengaño intencional que nos daña y lastima psicológicamente. Así es que estos personajes literarios han mentido para proteger y protegerse, han armado estrategias (creíbles o no), han falseado los hechos o han contado verdades a medias con el afán venturoso de crear una imaginaria red de protección, disimulo o encubrimiento.
Diría Jules Renard (escritor francés nacido en el año 1864 y fallecido en 1910): “De vez en cuando di la verdad para que te crean cuando mientes”.