Una piedra preciosa en principio es sólo una roca, pero dentro de ese fascinante y diverso mundo mineral aparece toda la belleza de la naturaleza. Estas incluyen minerales y rocas. La rareza y la dureza de ellos, así como su transparencia, brillo e intensidad del color hacen que se vuelvan más o menos codiciadas. Cuanto más raro sea un mineral este será más valioso. El diamante, el rubí, el zafiro y la esmeralda son piedras que se transformarán (en las manos adecuadas) en joyas. Aunque las tres últimas son consideradas de más altos costos. La historia de la avaricia y la belleza han llevado a las reinas, emperadores, multimillonarios y princesas a morir (a veces literalmente) por ellas.
*El diamante Koh-i- Noor es uno de los más famosos del mundo. Fue extraído en India hace ya más de cinco mil años. No se sabe bajo qué circunstancias terminó en manos de la realeza del Reino Unido. Su colonia no sólo pagó con vidas y sangre sino que el lema era desvalijar y ahí se fue el diamante a adornar la corona de la reina Victoria. Aún hoy es tema de disputas diplomáticas. Según cuenta la leyenda parece que trae mala suerte a aquellos hombres que ostentan el poder. Nada se expresa al respecto sobre las mujeres.
*El diamante Hope posee un extraño color de un azul profundo, también pertenece a India y al parecer fue robado por un sacerdote del ojo de la estatua de una diosa. Pasó luego por las manos de un comerciante francés que lo mandó a tallar nuevamente y se lo vendió a Luis XIV. Durante la revolución francesa pareció esfumarse, pero no sería así. Henry Philip Hope, banquero holandés (del cual recibió su nombre) lo compró hasta que en el año 1958 el Museo Smithsonian de Washington lo negoció con la familia Mc Lean quien lo adquirió en 1911. Los integrantes de este clan terminaron muriendo en accidentes, por sobredosis de pastillas y debieron deshacerse de él al entrar en bancarrota con el fin de saldar sus deudas. El karma actuando sin piedad dirían algunos.
*El rubí del Príncipe Negro fue arrebatado del cadáver del sultán de Granada por el rey de Castilla, Pedro el Cruel. Cuando uno de sus hermanos le disputó el trono, este contrató como guardaespaldas a Eduardo de Woodstock (primogénito de Eduardo III). La joya pasó a sus manos como pago por sus servicios. Como su armadura y escudos eran totalmente negros, de allí tomó el nombre. Pero una maldición llegó a su cuerpo y este murió repentina e inexplicablemente. Así que la majestuosa gema fue heredada por los reyes de Inglaterra y aún hoy sigue formando parte de las joyas de la corona.
Es verdad que el precio de cada alhaja lo determina el mercado, pero cuánto se ha disipado, concedido y enmascarado con el sólo fin de regodearse en el poder, el lujo y la ostentación. Probablemente las joyas no atesoran únicamente belleza sino también acciones ruines.