Profesional de enseñanza primaria. Docente en contextos de encierro. Representante docente JCyD. Directora jubilada.

“El maestro y Margarita” inició su camino literario de la mano de Mijaíl Bulgákov (Kiev, Ucrania 1891- Moscú, Rusia 1940) en el año 1928, pero en marzo de 1930 fue arrojado al fuego por su propio autor. Quizás fue un signo de rebeldía al enterarse que otra de sus obras (“Cábala de santurrones”) había sido prohibida. Reinició su trabajo y tras varias idas y vueltas lo finalizó en el año 1937 con un desenlace diferente. No fue publicado hasta 1967, aunque la versión completa vio la luz recién en 1973. Bulgákov trabajó en este ejemplar hasta el fin de sus días en 1940.

Una y otra vez retocado ante el terror estalinista, parece que era cierto, en Moscú, mejor dicho en la Unión Soviética, el diablo andaba suelto. Quizás por ello Bulgákov imaginó la visita del mismísimo Lucifer que parece no ser el único que metía miedo y alababa cada acto de tiranía. Por esa época se encontraban muchos culpables con pocas pruebas. Fue así que el temido decidió “observar moscovitas”, su nombre era Vóland, un mago del Teatro de Variedades. Pero quién era capaz de creer en él, el mal como tal y corporizado ¿existía?, ¿podía llegar de cuerpo presente? Claro que no, los moscovitas eran ateos. Ni Dios, ni Lucifer coexistían.

Vóland no andaba solo, su asistente era Fagot y un gato que hablaba llamado Beguemot. Así se dedicaban a engendrar todo tipo de situaciones que llevan al límite del ridículo a los burócratas del sindicato llamado MASSOLIT.

En la segunda parte de la novela Margarita, la amante del maestro es tentada por Vóland para adueñarse de poderes únicos, los cuales la convertirían en bruja. Aquí aparece la magia negra.

Cuando el caos ya está instalado, el bien y el mal crearán las condiciones para corromper (o no) el alma de los protagonistas. La supremacía de la fe, el futuro, el amor, la muerte y el poder serán cuestionados con entusiasmo y humor sarcástico en esta obra.

Exhibe la hipocresía de una sociedad que sólo experimenta un cambio exterior porque en su interior sigue soñando con lo material, con alcanzar esos pequeños placeres mundanos. Todos buscan, sólo unos pocos serán capaces de encontrar el rumbo.

“La lengua puede ocultar la verdad, pero los ojos ¡nunca!” (“El maestro y Margarita” de Mijail Bulgákov).

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