Profesional de enseñanza primaria. Docente en contextos de encierro. Representante docente JCyD. Directora jubilada.

Para idealizar la vida tenemos un capital que no nos es ajeno y son las redes sociales. Allí encontramos las vacaciones soñadas, las relaciones perfectas, la sonrisa eterna, en definitiva: la felicidad. Nuestro perfil sería algo así como una pintura mejorada de nuestro tránsito por la vida. 

Aristóteles (filósofo griego el cual vivió entre los años 384 a 322 a C.) creía que la felicidad estaba apoyada en la autorrealización, más o menos sería como vivir plenamente la vida del mejor modo posible. No la toma como un premio, sino como la materialización de buenas acciones, así ellas trascenderán en nosotros y encontraremos el bienestar pleno.

Tan importante es la felicidad que hay una valoración de los países más felices del mundo y el año pasado por sexto año consecutivo lidera este listado Finlandia, seguido por Dinamarca, Islandia y Países Bajos. Según parece ese índice de la felicidad se basa en el Producto Bruto Interno (PBI) per cápita. La esperanza de vida, el apoyo social, los ingresos, la ausencia de corrupción y la estabilidad laboral son los principales motivos que adhieren a una felicidad en alza.

Tal cual lo decía Aristóteles, el discípulo de Platón (en el 387 a C. fundó la Academia de Atenas) las metas y su resultado nos llevaban al camino para lograr la felicidad. Platón creía que ella estaba relacionada directamente con la virtud.

Claro que para la literatura un personaje que sea inmensamente feliz todo el tiempo no crea historia. Hasta podríamos decir que lo deshumaniza ¿por qué quién es todo el tiempo feliz?

Un personaje feliz no necesita modificar su vida y así aburre literariamente.

En diferentes culturas y tiempos de la historia de la humanidad, la felicidad fue mutando, conservando su fondo, modificando su forma.

Para un caballero feudal conservar su honor intacto podía ser su mayor felicidad y su gran tesoro. Mientras que para un campesino de la Edad Media comer era un logro, pagar los impuestos y conservar así su cabeza pegada al cuerpo. Distinta era la felicidad del señor feudal quien moría de contentura cuando los límites de su reino no eran abarcados por sus propios ojos.

Los Mayas vinculaban la felicidad con la armonía ligada al complejo engranaje que movía la naturaleza, de ello dependía el bienestar de la comunidad.

En el Antiguo Egipto asegurarse la felicidad eterna no era un trabajo nada sencillo y mucho menos barato. La muerte se llevaba la suma de la importancia y la diosa Maat unía el orden y el equilibrio para anclar felizmente en el más allá, aunque en ello se te fuera la vida.

En verdad la felicidad en si misma contempla un concepto relativo, no todos somos felices de forma idéntica. No obstante parece que ser feliz constituye un mecanismo evolutivo adherido a nuestros genes porque ella desata sueños e ilumina nuestras vidas.

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