Ciertamente proponerse hablar solo de Claus y Lucas no ayudaría a valorar a Agota Kristof (Hungría 1935- Suiza 2011) en todo su esplendor. Allí nace una trilogía profunda que describe el horror de la guerra y la posterior ocupación soviética en territorio húngaro.
“El gran cuaderno” (publicado en el año 1986), “La prueba” (publicado en 1988) y “La tercera mentira” (publicado en 1991) emprenden la historia de dos hermanos gemelos, Claus y Lucas. En el primer libro cuenta la lucha por la supervivencia de los dos niños, los cuales son criados por su abuela, los propios vecinos la llaman “La bruja”. La inocencia parece desvanecerse en un mundo adulto cargado de los horrores y necesidades de la posguerra. No hay lugar para el juego, a veces vivir era un castigo y en otras oportunidades un suspiro de esperanza. En ese cuaderno los dos hermanos escriben sus recuerdos hasta que se separan.
“La prueba” publicada unos años después de “El gran cuaderno” muestra como desaparecen algunos personajes, Claus y Lucas se sostienen, aunque separados al termino de la guerra. Claus cruzará la frontera y Lucas se quedará viviendo en su pueblo bajo el régimen totalitario tratando de mostrar su mejor versión.
“La tercer mentira” pone final a la trilogía y busca reunir a los gemelos, claro que la dirección de la historia se diversifica y tal vez las acciones no se separan sino que se unen en uno solo.
¿Cambio de identidades para protegerse o sólo un personaje viviendo dos vidas posibles con dos nombres diferentes?
Nadie es totalmente bueno, ni totalmente malo.
El país de Agota era y es imperial, en lo alto Buda y en lo llano Pest, separadas por las aguas del Danubio. La ciudad la vio partir en 1956 junto a su marido y su hija, trabajó en una fábrica de relojes, se esforzó por aprender francés (ya que por casualidad terminó en la zona francófona de Suiza) y hasta escribió libros en un idioma que le era ajeno a su infancia. Esa misma que narró de manera cruel, esa que explica el desarraigo, la guerra, las necesidades y el abuso. Ella misma se convirtió en una analfabeta luego de cruzar la frontera a pie y exiliarse de su Hungría natal.
En el año 1956 los húngaros intentaron desatarse de la opresión soviética, pero pronto la llamada “Revolución húngara del 56” fue aplastada por el Ejército Rojo entrando en Budapest. Así más de 200.000 personas escaparon, como pudieron, del país en calidad de refugiados.
Como si fuese una premonición del destino a los seis años Agota escribió el relato que llevaba por nombre “La analfabeta”. Luego ella misma debía aprender una lengua nueva, el francés. Recuperar la palabra, volver a la escritura.
Era casi como la abuela de Claus y Lucas. Pero cuando colonizó este nuevo idioma se aseguró de trazar la trilogía de los gemelos.
Recordando su lengua materna dijo:”… En húngaro era muy poética. Por eso no me gustan aquellos poemas. Creo que si hubiera seguido escribiendo en húngaro habría ido quitando y quitando, diciendo lo estrictamente necesario. Seguramente mi forma de escribir viene del teatro. Diálogo puro. Lo justo, sin relleno, sin grasa ¿Para qué dar vueltas? ¿Para hacer literatura? No me interesa la literatura…”