Profesional de enseñanza primaria. Docente en contextos de encierro. Representante docente JCyD. Directora jubilada.

El 25 de noviembre de 1970 Yukio Mishima (Tokio, Japón 1925- 1970) hizo que Japón y el mundo hablaran del acto de seppuku o harakiri el cual duró no más de siete minutos, teniendo en cuenta los preparativos de los protagonistas. En verdad, él era el actor principal, nadie lo esperaba, muchos dijeron que era parte de reivindicaciones de carácter político, todos pensaron que las noticias hablaban de él por ser elegido Premio Nobel de Literatura, pocos lo creyeron posible. Algunos pensaron que estaba loco. En su entierro la madre de Mishima colocó un libro de Friedrich Nietzsche en el altar construido en su memoria, con el fin que su hijo pudiera leerlo por toda la eternidad.

Quizás hoy comenzamos esta historia por el final, o no hemos podido resistir la tentación de pensar que tiene “un buen final”. Escribiría Horacio Quiroga (Uruguay, 1878- Argentina1937) en el “Décalogo del perfecto cuentista”: “No empieces a escribir desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la misma importancia de las tres últimas”.

Yukio Mishima era en verdad el seudónimo de Kimitake Hiraoka. Fue un niño aislado, huraño y enfermizo, encerrado lejos de su madre y próximo a la habitación de su estricta abuela.  Así escribía :”siempre cerrado y con el aire impregnado de los olores de la enfermedad y de la vejez…” (“Confesiones de una máscara, 1949). Como fue criado bajo altos estándares sociales y educativos, las letras llegaron posteriormente, el Derecho fue primero junto a un cargo del Ministerio de finanzas japonés.

“Confesiones de una máscara” (1949) nace de un joven escritor completamente disruptivo, el tema es controvertido: la homosexualidad de Koo-chan, el protagonista ese muchacho pálido, tímido y acomplejado transcurre en su niñez, juventud y el comienzo de la adultez. Descubre en su despertar sexual que lo atraen las personas del mismo sexo. Describe a su familia, sus padres, su abuela y las relaciones que los atan a ellos. Allí Mishina revela el interior de Koo-chan. Él era distinto y lo sabía. Esa máscara lo ayudará a fingir, pero finalmente las confesiones alzarán el velo.

“El pabellón de oro” (1956) Mizoguchi es un joven acomplejado por su tartamudez y aspecto frágil. Él es el que cuenta en primera persona (un hecho que fue real) como su padre, un monje budista, describe la belleza de un templo perdido en la cima de un monte. Un desengaño amoroso y la infidelidad de su madre hacen que se obsesione con entrar como estudiante a él, pero la vida le parece injusta y se lo cobrará terminando con el esplendor. Amor y odio, belleza y fealdad, conservación y destrucción, combinados con la fatiga de Mizoguchi.

 Ahora la realidad, la vida y la muerte de Mishima; cinco hombres de uniforme, un General, una katana, un suicidio: ¿pero, qué fue aquello en verdad? Fue una muerte para dar a conocer la situación particular que atravesaba el Japón moderno, el acto desesperado de un psicótico o un golpe institucional. La simbología de este acto radicó en el secuestro del General Kanetashi Mashita, claro que él pertenecía a las fuerzas de autodefensa de Japón (ya que el único ejército que existía allí eran las fuerzas norteamericanas asentadas en Okinawa debido a la constitución de 1948 casi escrita por las fuerzas victoriosas de ocupación), además el uniforme de Mishima y sus acompañantes no pertenecían a ninguna de estas dos fuerzas. En verdad el escritor había fundado algo parecido a un ejército personal, el Tate-no-kai o “Hermandad del escudo”. El General tenía unos pocos rasguños, Mishima esperó solo unos instantes a las tropas que rescatarían al General, su cabeza rodaría más rápido y estallaría una crisis de identidad en el país del sol naciente. Posiblemente fue un gesto político, cultural, psicológico o emulo de los nobles samuráis. Así escribió siempre obsesionado por la belleza y la muerte.

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