Profesional de enseñanza primaria. Docente en contextos de encierro. Representante docente JCyD. Directora jubilada.

“Pretendo dar a los que leerán fuerza, alegría, valor, desconfianza y perspicacia, pero me guardo muy mucho de darles directivas, pues estimo que no pueden ni deben encontrarlas sino por sí mismos” André Gide (París, Francia 1869-1951).

En el año 1947, André Gide obtuvo el Premio Nobel de Literatura, pero no solo fue un gran escritor, fue también un gran ensayista (entre los más conocidos figuran aquellos dedicados a Oscar Wilde y Fedor Dostoievski). Manejó los tiempos de la poesía, el relato, la novela y la autobiografía.

La Gran Guerra (como la llamaron los franceses) o Primera Guerra Mundial abarcó el período de 1914 a 1918, ello dejó huellas profundas en la escritura. A esta etapa histórica le sucedieron los tiempos de “la entre guerra”, ello lo llevó a seguir de cerca las noticias del conflicto bélico y sus consecuencias. Así su literatura entrelazó reflexiones sobre el conocimiento del otro, de enemigos y adversarios.

En el año 1902 “El inmoralista” llegaba para mostrar las contradicciones propias de un hombre que creía fervientemente en el libre albedrío. Celebra por medio de los personajes la libertad individual en su estado más puro.

Michel es un joven intelectual el cual acepta casarse con su prima en el afán de cumplir el último deseo de su padre. Así se debate entre lo que siente realmente y la máscara social que debe colocarse cada día. Prejuicios, temores y cambios postergados. Todo seguirá igual aunque desee cambiarlo.

André iba construyéndose como escritor aunque elegía qué contar, hacía equilibrio entre la escritura y el secreto. Su formación puritana, atada a la creencia religiosa ferviente lo colocaba en constante contradicción, lo cual se vio reflejado en su obra. Quizás su libro más importante sea “Diario de André Gide” el cual le llevó seis décadas de trabajo. Esas páginas compilan una multiplicidad de estilos que recorren su existencia. Así abría una puerta a su vida pública y privada aunque tal autobiografía no estuvo exenta de correcciones que el propio autor realizó en sus últimos días.

Las paradojas de su  paso terrenal lo hicieron mudar de piel. Su educación fue sólidamente protestante, pero se acercó al catolicismo para terminar declarándose un apasionado agnóstico.

Vemos de este modo el espejo de casi tres mil páginas que muestra a Gide en su libro como un diario dentro de su obra. Un diálogo íntimo que el escritor sostiene con sus lectores, una especie de búsqueda de aceptación de esos claros – oscuros y amplia gama de grises que pintaron su literatura. Su memoria retuvo diferentes tópicos, los cuales dejó moldeados en su intimidad.

Ensayar conjeturas y justificar sus acciones y decisiones iluminaron el camino para conocer sus rasgos dominantes. El narcisismo fue uno de ellos, aunque con una pizca de falsa humildad: “No he sido nunca más modesto que al obligarme a escribir cotidianamente en este cuaderno páginas que sé y siento tan pertinentemente mediocres, repeticiones, balbuceos, tan poco apropiados para hacerme quedar bien, para ser admirado o amado.”

Esa falsa modestia que tan solo puede tener un Premio Nobel el cual siempre buscó desesperadamente la obra que lo hiciera ir al encuentro de la inmortalidad.

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