Director del Observatorio de Políticas para la Economía Nacional (OPEN). Fueguino

En su informe, “Perspectivas de la Economía Mundial, abril 2020” el organismo vaticinó la mayor contracción de la economía global en casi un siglo, superando con ampliamente a la crisis financiera del 2008. Entre los argumentos que se esgrimieron se encuentra la incertidumbre general frente a la duración efectiva de la pandemia, la cual está atada a las investigaciones científicas que buscan un tratamiento y/o vacuna para superar esta situación.

El enorme shock producido por el Coronavirus parece nublar las perspectivas a futuro de una forma similar al de una guerra o crisis política profunda. Por ende, las recomendaciones del organismo se centran en fortalecer la posición de los gobiernos nacionales a través de una política económica orientada a evitar colapsos peores de los que sucederían si se tomara una postura de no intervención. Sin embargo, los países que enfrentan crisis, por lo general, toman medidas de fomento de la demanda para así aumentar los niveles de actividad y recuperar la economía. El contexto que vivimos trae la novedad del aislamiento social, la no circulación y, por ende, hace caer los niveles de consumo. Esto último es una consecuencia no deseada pero lógica de la medida general para evitar la propagación de la pandemia. En este sentido, recetas tradicionales de fomento de la demanda podrían no surtir el efecto deseado, según el organismo.

Se proyecta que durante el 2021 habrá una recuperación parcial de los efectos negativos surgidos durante este año. Incluso ese crecimiento será mayor al proyectado antes de la pandemia. Este fenómeno de efecto rebote debería traer algún tipo de alivio a las economías más perjudicadas por esta crisis, aunque las proyecciones más conservadoras esperan crecimientos menores al señalado. 

La postura del FMI es, a mi parecer, acertada al no meterse en la falsa dicotomía entre salud y economía, y balancear positivamente el fortalecimiento de medidas que prioricen mejoras en la salud pública y el sostenimiento de la vida.

Se hace bastante hincapié en las asimetrías de los sistemas sanitarios del mundo desarrollado con respecto al de los países periféricos. Asoma la necesidad de construir un esquema de solidaridad o cooperación multilateral para poder ayudar a aquellos países sin la infraestructura adecuada para enfrentar a esta pandemia.

Estas diferencias entre países desarrollados y subdesarrollados también pueden vislumbrarse en los aparatos productivos. Nuestro país, por citar un ejemplo, tiene un importantísimo grado de informalidad en su economía, lo cual complica a la hora de otorgar subsidios o transferencias para paliar este tipo de situaciones. Estas complicaciones de tipo estructural presentan un desafío adicional de suma complejidad.

Por último, un sorpresivo guiño a países como el nuestro, el FMI recomienda que “En los casos en que se deban efectuar cuantiosos reembolsos de deuda, quizá sea necesario considerar moratorias o reestructuraciones de la deuda.”

El informe cierra con el deseo de lograr recuperar, lo más pronto posible, las interacciones sociales y económicas que dábamos por sentadas. Sin embargo, considero que, por lo menos en el plano económico, nada debería volver a ser como antes. Las desigualdades a nivel global que llevan a que en países subdesarrollados el impacto económico de estas crisis sea mayor, la ausencia de priorización de los sistemas de salud, el estrangulamiento de nuestras economías por la valorización financiera y un sistema económico global orientado únicamente a la generación de ganancias y no al cuidado de la especie humana se ponen en jaque en estas circunstancias y plantean la posibilidad, en un panorama desolador, de pensar que un mundo mejor es posible y necesario.   


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