Profesional de enseñanza primaria. Docente en contextos de encierro. Representante docente JCyD. Directora jubilada.

Entre 1841 y 1845 nacía en Estados Unidos un personaje único e irremplazable: el detective. Se cree que el que le concedió la vida fue el mismísimo Edgar Allan Poe con “Los crímenes de la calle Morgue”. Surgía la literatura policial y con ella Auguste Dupin. Así se exploran cuartos cerrados, lo evidente no es tal y el largo camino a la resolución del caso. 

Un relato policial cuenta mucho más que una historia, cuenta la historia de la investigación pero también la del crimen.

Por estas tierras, allá por 1942, Jorge Luis Borges publicaba en la revista Sur, “La muerte y la brújula”. Aquí Lönnrot (el detective) cuenta la investigación y Scharloch (el homicida) relata el crimen, cada uno desde su perspectiva.

Esa ciudad sin nombre lleva sobre su historia cuatro muertes, una en cada uno de los puntos cardinales.

Borges creía fervientemente que desde esta parte del mundo se podían crear cuentos policiales tan cautivadores como los foráneos. En verdad la dupla Borges – Bioy, bajo el seudónimo de Bustos Domecq, asienta el relato de este género.

Sabemos, además que, entre los escritores policiales argentinos más conocidos se encuentran Adolfo Bioy Casares, Roberto Arlt, Rodolfo Walsh, Marco Denevi y Velmiro Ayala Gauna.

 Pero como la historia de la literatura es muy espaciosa, a veces pecamos de olvidar injustamente a algunos autores que merecen un reconocimiento que tal vez se aletargó en el tiempo.

Aquietando nuestro olvido involuntario, llegamos a Manuel Peyrou.

Quizás él sea el iniciador del género de la novela policial argentina.

Nació en San Nicolás de los Arroyos en 1902 y falleció en 1974. Si bien estudió Derecho, jamás ejerció la profesión. Pero la literatura no ocupaba todo su tiempo también se repartía entre la crítica teatral y el periodismo.

“La espada dormida y otros cuentos” fue publicada en 1944. Aquí abundan historias policiales condimentadas con intriga y misterio, siempre apoyadas en una revelación dependiente de la investigación y sus múltiples caminos.

En “El estruendo de las rosas” publicada en 1948, utiliza como escenario a una ciudad austral donde acontece un crimen de carácter político. Así se intercala el misterio y una verdadera historia de amor.

Un ramo de rosas vuela por los aires y Félix Greitz cree haber dado muerte al déspota (Cuna Gesenius) pero el delirio recién comienza. El ramo fue entregado pero también con él, dos balas y un espacio en la cárcel para Félix.

Este autor fuertemente influido por Chesterton, nunca desatiende el tópico de la investigación y su proceso. Se basa en hipótesis y aprovecha en realidad el uso de la efectividad y la verdad.

Posteriormente su literatura viró hacia la visibilización de los hechos políticos y sociales de su tiempo. Muchas de sus últimas narraciones no han sido publicadas. 

Indudablemente fue el que sentó las bases fundacionales que verían nacer el género policial en nuestro país. Un camino que constaría de un largo peregrinaje emprendido posteriormente por muchos otros.

 Manuel Peyrou jugó con la imaginación pero dominó lo más sutil de la realidad. Captó la esencia de un género nacido en otras tierras y lo inundó de tradición.

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