Profesional de enseñanza primaria. Docente en contextos de encierro. Representante docente JCyD. Directora jubilada.

Muchas veces las grandes historias comienzan por el final, y puede parecer una locura, pero afrontar el desenlace fue algo que Alejandra Pizarnik (Buenos Aires 1936-1972) recreó desde el espanto de la soledad. Ella fue una poetiza, creadora de una estética particular que dio múltiples toques mágicos en una amplia diversidad genérica dentro de sus obras. Algo así como inclasificable. Una mirada unidireccional no podría describir su literatura plenamente. 

Hoy daremos una vuelta por “La condesa sangrienta” (publicada en el año 1971). Esta aparece compuesta `por doce fragmentos, en ella cuenta las conductas de la condesa Erzsébet Báthory (o Elizabeth Báthory), descripciones cruentas de sus acciones, las cuales abundan en actos sadomasoquistas y crímenes de orden sexual con el único propósito de prolongar su belleza y juventud. 

Claro que Elizabeth verdaderamente existió, nació en Hungría en 1560, pertenecía a la nobleza y entre su familia ya había adeptos a la alquimia (lo cual, en aquella época, ya era sancionable). Cuenta la historia que ya desde pequeña se vio atraída por el sometimiento hacia los integrantes de la servidumbre a los cuales le propinaba terribles castigos físicos. 

Por supuesto que su entorno la favorecía, Hungría era por aquel entonces el país más salvaje de todos los feudos de Europa del Este. Su esposo (el conde Ferec Nadasdy) gustaba de torturar por medio del empalamiento a sus rivales en la batalla, este señor era además su primo.

Elizabeth había sido educada con gran esmero para esa época, sabía varios idiomas y era sumamente inteligente. Es verdad que se pensaba que ella contaba con una conexión con el demonio ya que padecía desde temprana edad de epilepsia.

A los cuarenta y cuatro años quedó viuda, su esposo falleció en el campo de combate. 

Entre ellos se intercambiaban mensajes de carácter epistolar donde compartían las mejores técnicas “para castigar a los criados”. Dicho esto, la condesa comenzó a descargar su furia en prácticas sádicas. Así la espiral de violencia aumentó en ella luego del fallecimiento de su esposo.  Un pensamiento la cegaba y era mantenerse siempre joven. Así dio comienzo a una serie de crímenes. Durante un tiempo se mantuvo con un bajo perfil ya que sus victimas eran campesinas y siervas, pero pronto eso cambió y se dedicó a matar a jóvenes conocidas propias de su clase social. Ello despertó las alertas de las autoridades. Pronto fue encontrada culpable y condenada a cadena perpetua. Las autoridades encontraron los cuerpos dentro de su castillo. 

Cuenta la leyenda que en el afán de mantenerse eternamente joven, bebía la sangre de las mujeres jóvenes y se daba baños con ella.

Alejandra Pizarnik armó un relato sobre sus crímenes como la primera asesina serial de la historia (de género femenino) como un collar de víctimas y sucesos horrorosos.

La mansión gótica terminó siendo la helada tumba donde Elizabeth encontró la muerte en una especie de prisión domiciliaria a causa del hambre y el frío. La soledad fue quizás su mejor guarida y la fiesta lúgubre una poesía en si misma.

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