Profesional de enseñanza primaria. Docente en contextos de encierro. Representante docente JCyD. Directora jubilada.

En un principio y acaso erróneamente se creyó que la palabra lunfardo derivaba de lombardo (del romanesco) que significa ladrón, era una jerga “única de los ladrones”. Muy por el contrario responde geográficamente a un conjunto de expresiones y palabras empleadas por los sectores más humildes, esos habitantes de la periferia o del arrabal contaban en su diálogo diario con los términos chamuyo, mufa, pucho, atorrante, berreta, birra, bardo, etc. Además de poseer palabras especificas nacidas de la mezcla de razas, idiomas y clases sociales aporta una gramática propia y especial, un vocabulario vivo y en transformación permanente. En definitiva es un modo argentino de hablar.

Esta jerga desarrollada y originada en el Río de la Plata nace de las raíces italianas venidas con la gran oleada inmigratoria.

Hacia el 1800, Buenos Aires era lo más parecido a una humilde aldea, sin embargo ya en 1855 comienza su transformación.

El icónico barrio de La Boca era la puerta de entrada de los italianos hacia el resto de los barrios porteños y las diferentes localidades del país.

Quizás el cocoliche fue la vía de acceso al lunfardo. Ese fenómeno lingüístico se generó de la unión del italiano, sus dialectos y el español que se hablaba aquí.

El teatro popular y los sainetes tenían como objetivo hacer reír a la gente trabajadora y para ello el uso del cocoliche era fundamental.

El lunfardo y su linaje se encuentran asociados a las artes como la danza (tango) y su fusión con las letras. Los arrabales y los conventillos completaban la escena.

Roberto Arlt y sus crónicas “Aguafuertes” incluyeron el habla de los suburbios, escribir como se hablaba; allí nacía la originalidad del texto.

Ya por el año 1926, Jorge Luis Borges visibilizaba la vida del arrabal y en él, las clases populares. En ese ejercicio de la escritura colocó en extrema evidencia la búsqueda de la argentinidad. Allá por el año 1927, Borges escribe un ensayo llamado “El idioma de los argentinos”, el cual le valió el segundo Premio Municipal en el año 1929. En él muestra al “dialecto arrabalero” como un criollismo, pero lo que le otorga sustento a sus palabras y frases era la “heterogénea lengua vernácula de la conversación porteña”. Concedía a esta fusión de lenguas poder cultural y peculiaridad lingüística.

Desde el año 2000, cada 5 de septiembre se celebra el “Día del Lunfardo”. Lejos quedó esa jerga limitada solo a los suburbios. Hoy empleamos y oímos muchas más palabras del lunfardo de lo que creemos. La vida cotidiana nos lleva a galantear con ellas, quién duda de lo que denota y connota la palabra bondi, acomodo, mina, perejil, afanar, chango, chamuyar, fiaca, facha, guita, morfar, yuta y tantos otros. Es verdad que si alguna nos genera duda, podemos buscarlas en la gran cantidad de diccionarios del lunfardo y la lunfardía.

Las “Aguafuertes Porteñas” vieron la luz en el diario El Mundo, allá por el año 1928 hasta la muerte de Roberto Arlt en 1942. Allí escribió un Aguafuerte llamada “El idioma de los argentinos”, en ella, él decía :” (…) Cuando un malandrín que va a dar una puñalada en el pecho a un consocio, le dice: ”te voy a dar un puntazo en la persiana”, es mucho más elocuente que si dijera: “voy a ubicar mi daga en su esternón…”

El valor de lo que se dice poniendo el acento en el cómo se dice. El valor único del lunfardo.

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