Licenciado en Estudios Orientales. Posgrado en Negocios y Comercio de Asia Pacífico e India. Política Internacional; extremismo religioso.

El Siglo XXI ha estado marcado principalmente por un evento en lo que refiere a relaciones internacionales y geopolítica: la guerra contra el terror. El 9/11 fue un cambio de paradigma en la política norteamericana, algo calmada posterior a la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la URSS. Esa serie de 4 atentados, siendo el más recordado al World Trade Center, causaron la muerte de 2.996 personas, pero llevaron una ola de pánico y desesperación a cientos de millones en todo el mundo: las represalias de la guerra podían llegar al corazón de los países desarrollados, como luego veríamos en atentados en Londres, París, Madrid. El atentado, orquestado por la organización Al-Qaeda derivó en la declaración de guerra a Afganistán, país donde se originó el movimiento, vale recordar, como una escisión de los grupos muyahidines entrenados por la propia CIA.

20 años pasarán este septiembre de la caída de las Torres Gemelas y, en una decisión tomada por el flamante presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, significará la retirada total de las tropas americanas en Afganistán. El germen de dar por terminada la ocupación el país de Asia Central arrancó con la gestión Trump y Biden decidió retrasar la fecha haciéndola coincidir con el aniversario.

Si hacemos un análisis de lo que ha pasado en estos 20 años, no vamos a tener muchos puntos positivos para remarcar. 20 años de sangre y caos se suman a ya una muy turbulenta historia afgana. Los americanos, a pesar de poner la totalidad de su maquinaria de guerra en contra del terrorismo islámico, pocos resultados tangibles han obtenido de dicha invasión. Fueron buscando a Al-Qaeda, pero las células terroristas ya estaban dispersas por el mundo. Pensaron que era dónde Osama Bin Laden tendría su base, pero el fundador de la organización terrorista estaba en Pakistán. Miles de millones de dólares gastados, pero a cada batalla ganada y líder capturado, uno nuevo surgía. Hoy, la prioridad no parece pasar por Al-Qaeda, que ha caído en relevancia en comparación con ISIS y Boko Haram, que alguna vez fueron subsidiarias del grupo yihadista.

Si pensamos desde la perspectiva afgana, los americanos pasaron por sus tierras, pero tienen el mismo nivel de resultados que los colonizadores anteriores. Los soviéticos intentaron poner bajo su esfera al país pero tampoco pudieron y terminaron abandonado el territorio. La pregunta que nos surge es ¿Por qué?. Hay dos factores importantes en la dificultad de obtener control total, por un lado la dificultad del terreño, vasto en sus montañas y con ciudades remotas, mientras que por el otro aparece la fragmentación dentro de la sociedad. En Afganistán contamos con grupos pro-occidentales, principalmente del gobierno impuesto por Estados Unidos, los grupos tribales del norte y los talibanes. Los talibanes fueron aquellos hombres que combatieron y repelieron a los soviéticos y eran parte de estos grupos muyahidines, con la invasión americana, estos seguidores del Islam ortodoxo volvieron a tomar las armas y, en un formato más similar a la guerra de guerrillas, han sido la espina que Estados Unidos nunca se ha podido quitar.

¿Qué supone esto para Afganistán? De forma resumida, la lógica plantea que habrá un escalado de violencia. El gobierno apoyado por Estados Unidos hoy tiene control de las ciudades más importantes, pero tampoco asegura que en dichas zonas no haya atentados. En el primer trimestre de 2021, ha habido un incremento de 29% en las muertes y heridas de civiles comparado con 2020. El interior del país en cambio, tiene un gobierno paralelo, el de los talibanes. No es de extrañar que ante retirarse un actor que posea buena parte del poder, en este caso militar, se genere un vacío. Desde el también llamado Emirato Islámico de Afganistán, esperan poder ocupar ese espacio de poder, desplazando al gobierno actual, impuesto por los norteamericanos.

¡Qué significa esto para la gente? Una regresión en las políticas sociales que el país ha logrado en los últimos 20 años. Con la llegada de los americanos y la retirada de las facciones talibanes, las mujeres volvieron a sus trabajos, pudieron volver a las escuelas o siquiera salir a la calle sin la compañía de un hombre, combinado con un avance en medidas de secularidad. El Hijab es un símbolo mayoritario en las calles de Kabul o Herät, pero no es obligatorio, con un regreso del gobierno talibán, pasaría a ser un requisito con severo castigo ante su incumplimiento. La escalada de violencia por ver quién controlará el país incrementará la inseguridad de uno de los países más peligrosos del mundo, mientras que su caótico posible futuro será semillero de nuevos grupos extremistas en la región. Incluso si los talibanes llegan al poder, tenemos que hablar de la gran variedad de señores de la guerra que controlan diversas regiones, yendo desde ciudades hasta provincias. No es descabellado pensar que podría haber luchas internas una vez asegurado el país.

El futuro es incierto, pero las perspectivas no son positivas. Estados Unidos a lo largo de su historia contemporánea ha demostrado que cuando invade, no tiene un plan, ni al largo ni al mediano plazo. Lo vimos en Vietnam, donde tuvieron que abandonar Saigón, hoy Ho Chi Minh, ante la derrota contra Vietnam del Norte. En Afganistán e Irak instauraron “democracias” que nunca llegaron a tener control total del territorio ni reducir la violencia en dichos países. Lo vimos también en Libia, que hoy continúa la ruta de estado fallido, luego de la intervención de la ONU para remover del poder a Muamar el Gadafi y lo vimos en Siria, donde no pudieron sacar a Bashar al-Ásad, presidente de Siria, pero a través de intervenciones en grupos paramilitares, foguearon el inicio de una guerra civil que derivaría luego en la aparición del Estado Islámico.

Estados Unidos no ha encontrado un método efectivo para ganar la guerra del terror, simplemente contenerla. No funcionaron las invasiones, ni las dudosas formas de interrogación e inteligencia, siempre que parecen dar un paso hacia adelante, retroceden otro ante la aparición de otro nuevo grupo. Biden ahora, parece cambiar el foco del “enemigo” y pensar más en las amenazas tangibles de Rusia y China que en perseguir fantasmas en el desierto. Irse de Afganistán le libera tropas, evita más muertes de soldados americanos y reduce el escandaloso gasto militar del país. No obstante, las consecuencias del desastre dejado, la pagarán inmediatamente los afganos, como ya las pagaron iraquíes, sirios, libios y otros tantos más. El problema, radica en que la escalada de violencia propiciada por el extremismo religioso derivará en impactos alrededor de todo el globo. Los problemas norteamericanos son de todos, pero sus decisiones son propias.

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