Profesional de enseñanza primaria. Docente en contextos de encierro. Representante docente JCyD. Directora jubilada.

Un 12 de febrero de 1984 moría Julio Cortázar y así saltaba al cielo de su asombrosa “Rayuela”.

Hechizó con la palabra a la par de una vida genuina, común y corriente.

Odiaba que sus libros fueran vehículo de errores de impresión, por ello metódicamente revisaba sus originales y buena parte de sus obras ya impresas. Ello llevó a que varios ejemplares fueran sacados de circulación a pedido del propio Cortázar.

Su vida se desarrolló entre Bruselas, Banfield y París, donde vivió luego de su largo exilio. Quizás alejarse fue la mejor y única forma de comprender nuestro país.

“Rayuela” fue su obra, esa que leímos por obligación y a la que luego volvimos con afán de releer solo por puro deleite. Esa que representa el caos, el juego, la vida y la creación. La misma que atesora las secuencias sueltas, las diferentes interpretaciones y el ánimo de leerla y volver a empezar como se te de la gana. Esa donde el protagonista es el lector apasionado que salta de cuadro en cuadro hasta ponerse “del lado de allá” (ese lugar donde Horacio Olivera trabaja como traductor en París y ama a Lucía, la Maga, madre de Rocamadour) donde solo el equilibrio será el mismísimo CIELO o “ del lado de acá” (el escenario será Buenos Aires y Horacio irá al encuentro de la Maga hasta Montevideo, pero su mente le jugará una mala pasada y Lucía se confundirá con Talita) donde el desequilibrio parece querer saltar por la ventana y llegar a estrellarse en la rayuela.

He aquí el modo lineal, desde el capítulo 1 al 56, pero como Cortázar se anticipó al foráneo “elige tu propia historia”, la lectura puede desmontarse y volver a montarse con diversos procedimientos. Así sale del molde y da un salto al vacío; el lector ahora se vuelve protagonista, armar y desarmar. Uno deambula así acompañado de Lucía, la Maga, cimiento femenino, construyendo maternidad, acaso imperfecta, a veces lograda, sembrando dudas y cosechando culpas, volando libre y despeinada.

En cambio, Horacio Oliveira atrapado en su doble realidad obtenida y deseada, el filósofo reflexivo, temeroso del rechazo, ese que desea en la misma proporción en la que carece de pasión. Solo los rituales tenían la jerarquía de orden sagrado para él. A su lado el amor no se consolida, solo mantiene viva la llama del dolor y la carencia. Todo es fatal, cerrado y desierto junto a él.

Ella es sueño, él realidad. Su relación, sombría, ambigua y radiante a la vez. Todo junto dentro de un mismo formato.

Julio Denis fue el seudónimo que por elección marcó el inicio de la carrera de Cortázar como escritor, los sonetos se apretaron en “Presencia” y así nacía un contrafuerte del llamado “boom latinoamericano”. Es verdad que muchos incluyen a Cortázar dentro del grupo de los autores tardíos de este suceso literario. Aunque su capacidad sin clasificación posible no solo queda adjunta a la narrativa y la poesía, también existe en él el traductor apasionado del estilo barroco de Edgar Allan Poe a nuestro idioma.

Su obra mudable y caprichosa hizo que un mundo propio y fantástico pudiera construirse en sus novelas, sin olvidar la ternura que colocaba en cada uno de sus personajes, especialmente en aquellos que recreaban vivencias de jóvenes y niños.

Cortázar simboliza todo un planeta imposible de moldear en una galaxia singular.

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