La historia, desgraciadamente, tiende a repetirse. Si bien Estados Unidos transitaba un período inusualmente pacífico en lo que respecta a tiroteos masivos en el último tiempo, las masacres de Atlanta a la comunidad asiática y el asesinato de 10 personas en Boulder, Colorado, reavivan un debate de larga data sobre la Segunda Enmienda y el acceso a las armas.
Ahmad Al Aliwi Alissa, identificado como un joven de 21 años de nacionalidad siria, vivió la mayor parte de su vida en los Estados Unidos. Era estudiante de Ciencias de la Computación el la Universidad Metropolitana de Denver y el día lunes disparó a los presentes en una tienda cercana a la Universidad de Boulder, dejando 10 víctimas fatales.
Al ataque en Boulder, se suma a el de Atlanta, donde seis mujeres asiáticas fallecieron y se estableció una motivación de crimen de odio. Además, aparecen 5 heridos en Stockton, California que preparaban una vigilia por el atentado en Atlanta y 4 heridos más en Gresham, Oregon. En Houston y Dallas hubo otras 13 víctimas, una fatal y al igual que en Filadelfia, donde una persona falleció y cinco fueron heridas en una fiesta. En el lapso de una semana 7 eventos diferentes, donde solo dos tienen conexión directa, impactaron a los Estados Unidos. Para ponernos en contexto, cada año más de 40.000 personas fallecen en los Estados Unidos producto de un incidente que involucra armas de fuego.
Los vemos en las noticias y varían tanto en escala, número de víctimas, como en motivación. El caso de Atlanta estaba claramente vinculado con una situación de discriminación hacia la comunidad asiática, algo que aumentó considerablemente en el país luego de la pandemia del COVID-19. En el caso de Boluder, aunque no está clara la causa, la nacionalidad del homicida y lo “espontáneo” del evento, pareciese dar ciertas indicaciones de cierta presencia de extremismo religioso. Si bien desde la policía de Denver han preferido no divulgar hipótesis, en los próximos días, cuando el acusado declare y se obtenga su información digital, es factible que veamos una vinculación con algún grupo extremista: el actuar solo, su procedencia y la poca planificación parecen llevar hacia ese camino. La pregunta que nos queda es ¿Por qué hay tiroteos diarios en Estados Unidos?.
La respuesta, aunque compleja, tiene algunas patas que nos pueden permitir ahondar en el fenómeno. El primer punto, uno en el que los demócratas suelen apuntar como causa principal, es el fácil acceso a armas de fuego. Si bien hay países con un acceso relativamente similar al de Estados Unidos en lo que refiere a armas, pocos experimentan tantas masacres como éste. Acceder a un arma, sea una pistola o un rifle como los que usan las fuerzas armadas, es un procedimiento bastante sencillo en la mayoría de los estados; solo teniendo algunos un chequeo de antecedentes. Estados Unidos, uno de los principales productores de armamento en el mundo está inundado como armas de fuego desde su concepción como país, hay mercados legales e ilegales para hacerse con ellas en cada ciudad y no es rara la existencia de ferias donde se promocionan y venden estos productos. Si vamos para atrás en la historia, la Segunda Enmienda tenía por objetivo brindar el derecho a armarse, pensando en una caída del gobierno y sosteniéndose en la experiencia de aquellos hombres y mujeres que expulsaron a los ingleses de su territorio. Hoy, mucho ha cambiado: Estados Unidos tiene, aunque discutible en su accionar y modos, instituciones firmes y una lógica gubernamental que parece difícil de colapsar. Lejos quedaron los tiempos de peleas con los británicos y, el país, no ha recibido una invasión desde la época de Pancho Villa, hace más de 100 años. Hoy, los principales detractores de cambiar la segunda enmienda parecen más cercanos a grupos separatistas dentro del propio país, las ironías de la vida.
Otro punto que fomenta este tipo de situaciones, además del acceso a las armas, es la motivación. Si bien Estados Unidos aparenta en las formas ser un país más inclusivo, el racismo está presente a lo largo y ancho del territorio. Lo vemos en sus líderes, lo vemos en sus expresiones culturales y en la forma que codifican los mensajes que reciben de afuera. Con esto no quiero decir que sean más racistas que tal o cual país, simplemente que está presente en su sustrato cultural y tiene una fuerte carga de violencia física. Hay innumerables grupos de supremacistas blancos presentes en sus ciudades y también comenzamos a observar en los últimos años mayor fragmentación y posturas extremistas, aunque no violentas, en grupos minoritarios. En la lógica americana, quién es uno, pasa en gran parte por su ascendencia. No importa si se es segunda o tercera generación nacida en el país, la gente suele identificarse por la etnia a la que pertenecen. Lo vemos en las películas, los libros y las series que nos llegan: aunque nunca haya pisado el país de mis padres o de mis abuelos, soy de allí. Esta lógica es diametralmente opuesta a la nuestra y, por lo tanto, resulta complejo entenderla o transferirla a nuestro lenguaje. Quizá en gran parte esto derive del gran tapiz de pueblos que componen a la sociedad norteamericana, en oposición a países más homogéneos étnicamente, o al menos con factores morfológicos (color de piel, rasgos faciales, etc.) que se diferencien menos. Lo cierto es que esta falta de cohesión en la identidad nacional, en un país formado por millones y millones con distintos orígenes, creencias y formas de ver el mundo, suele generar fricción y conflicto. Con un mayor acceso a armas, parece la receta perfecta para un desastre.
Un punto, aunque no relevante en lo que venimos desarrollando, es algo que la política americana ha utilizado de excusa para evitar un debate serio sobre el alcance de la Segunda Enmienda: el impacto de los bienes culturales. Ya lo usaba Clinton, con otras palabras, posterior a la Masacre de Columbine en 1999, donde dos alumnos mataron a 12 estudiantes y un profesor, además de herir a 24 personas y generar un caos con más de 99 artefactos explosivos. Por aquel entonces Clinton hablaba de la moral y de lo que “consumen nuestros hijos” referente a videojuegos, películas y música. Era el inicio de la masividad de internet, de los juegos de disparos y, según la política americana, un factor determinante en la gestación de la tragedia. Hoy, más de 20 años después, vemos que la presencia de la violencia en la TV, internet y otros medios, poco ha impactado en otros países desarrollados. Si bien la sociedad blanca americana siempre ha sido un poco cuaqueriana en su forma de pensar, haciendo referencia a aquella comunidad religiosa disidente del protestantismo donde todo lo que no se entiende cae en tabú o en proveniente del demonio, uno esperaría mayor nivel de análisis de la centroizquierda norteamericana.
Lo cierto es que hay varios puntos para explicar la oleada de violencia que atemoriza al pueblo norteamericano hace más de dos décadas. También, hay varios intereses opuestos que dilatan el debate serio sobre la restricción en la posesión de armas, léase influencia de lobbistas de las empresas de armamento que financian las campañas de los candidatos conservadores. Las tragedias que vemos hoy son una clara fotografía de una sociedad fragmentada y opuesta, no por sus valores políticos, sino por una diferencia en la percepción que cada grupo tiene del otro. Aunque la famosa white America de los estados profundos del país parece ser donde se gestan los grupos de mayor perpetración de crímenes de odio, vemos casos cada vez más frecuentes de conflictos entre minorías. A ciencia cierta, empezar hoy con una restricción sobre el acceso a las armas no será una solución en el corto plazo: el mercado está inundado de armamento y simplemente se transferiría a un sistema informal. Estados Unidos deberá en algún momento hacer una reflexión profunda y articular unas cuantas iniciativas para reducir estas tragedias, que han evitado ser noticias en este último año debido a la pandemia y las cuarentenas. El problema de las armas es de varios frentes y la casta política de Washington no ha comenzado ni a raspar la punta del iceberg.