Periodista de Tierra del Fuego.

Primeramente, creo que debería dejar en claro que no soy gran partidario de los balances que derivan de comparaciones: muchas variables determinan un resultado. Comparar por el simple hecho de comparar tiende al reduccionismo y desdibuja tanto aspectos positivos como negativos de lo que observamos y buscamos analizar. Para empezar a entender qué cambió en la ciudad de Tolhuin en este año de gestión que transcurrió, no debemos caer en los defectos de previas gestiones como una especie de “carta blanca” sobre la situación actual, pero utilizarlo como punto de partida para entender el incio de una transición que la ciudad nunca había vivido como tal.

En su primer trimestre la gestión Harrington lidió con este cambio de mandato relativamente nuevo para la ciudad. Vimos las fotos de los despachos desarmados, los archivos destrozados y las denuncias de falta de pagos. No estoy diciendo que esté bien la irregularidad de la situación o la poca institucionalidad; sino que hay que entenderlo desde la óptica de quién lo hace: el Estado parecía propio y no había una lógica que separase el Municipio de la persona, algo que las otras jóvenes ciudades de la provincia ya han experimentado en variedad de ocasiones.

Cuando la transición administrativa parecía completa fue un factor exógeno el que golpeó a la ciudad junto con el resto del mundo. Hablar de 2020 y no mencionar al COVID parece perder foco de la realidad. El virus paralizó al mundo y Tolhuin no fue excepción. La ciudad tuvo suerte: los contagios fueron pocos y los vecinos entendieron que lo importante era el resguardo por sobre todo.

Mientras las cuarentenas se prolongaban y conocíamos más sobre el virus, el gabinete municipal hacía sus primeras armas a la hora de gestionar. Comenzaron las licitaciones de las obras prometidas en campaña, así como el reordenamiento económico de un municipio que cargaba, como tantos otros, con deudas complejas, más en un año de contricción en el presupuesto real. La compra de maquinarias para el mejoramiento de las calles, la insersión en los planes nacionales para el acceso a herramientas, financiamiento de planes productivos y transferencia tecnológica responde a una lógica: desarrollar la ciudad.

Este desarrollo, que no siempre se limita a lo que vemos, también abarca la estandarización de los trámites y avanzar en el fortalecimiento de las instituciones. Lo que impulsó en gran medida el cambio de gestión en Tolhuin deriva de un pedido concreto de sus vecinos y vecinas en ver cambios reales. Empezar a tener rasgos más propios de una organización que sea justa y equitativa con sus miembros, y deje de manejarse, como muchas veces mal llamamos, un pueblo.

Los vecinos no fueron los únicos que detectaron el cambio, también así lo hicieron las empresas que ya residen en la provincia. Hoy Tolhuin avanza en un cambio de paradigma, dejando de ser un simple punto de paso entre Ushuaia y Río Grande, para empezar a forjar su propio sector industrial y generar puestos de trabajo, algo tan necesario en estos tiempos tan complejos.

El proceso iniciado hace un año tendrá sus dificultades y no será un cambio vertiginoso; deberá ser acompañado tanto por la gestión como por sus vecinos para producir cambio duradero, por fuera de las obras que ya se han terminado o están en proceso. Lo importante es que se ha comenzado, quizá con cosas “pequeñas” para la perspectiva de las otras ciudades, como podrían ser la Plaza 9 de octubre, la Veteranos de Malvinas o la pavimentación de una de sus calles principales como es Los Ñires, pero para Tolhuin simbolizan el comienzo de un cambio.

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