En los últimos días el presidente norteamericano afirmó que restituirá los aranceles al acero y aluminio provenientes de Brasil y Argentina, en todos sus rubros. Esta decisión dejó más que perplejo al gobierno argentino dado lo inesperado de la medida.
La justificación por parte del mandatario Trump radica en las ventajas comerciales que han tenido los dos países latinoamericanos a partir de las respectivas devaluaciones de sus monedas. Básicamente, una depreciación de nuestras monedas genera un abaratamiento de nuestros bienes y servicios en el exterior y, como contrapartida, logra un encarecimiento de los bienes y servicios importados en nuestras fronteras.
En este sentido, la restitución de los aranceles es de un 25% al acero y de un 10% al aluminio, los cuales son gravámenes muy importantes que pueden afectar seriamente nuestras exportaciones, las cuales ascienden a U$D 700 millones, una cifra nada despreciable en una Argentina que va a tener que contar dólar por dólar a partir del año que viene para poder pagar sus deudas.
El planteo de Trump parece ser una advertencia más bien general: ya no hay margen para utilizar la política cambiaria en pos de ganar competitividad, incluso siendo aliados estratégicos. Recordemos que tanto Mauricio Macri como Jair Bolsonaro, buscaron un ordenamiento geopolítico más cercano al país del norte que a China al contrario de lo que hicieron sus antecesores, Cristina Fernández de Kirchner y Lula Da Silva, respectivamente.
La medida oscila entre lo novedoso y lo rustico, teniendo en cuenta que el paradigma en donde se inserta el gobierno estadounidense es de un fuerte proteccionismo, contrario a las ideas pregonadas por el Consenso de Washington, allá por el año 1989. En este caso se prioriza una metodología de acción pragmática, orientada a la recuperación de los niveles de actividad pre crisis del 2008 sin demasiados pruritos, ni en matrimonio con ningún manual de economía, algo que abandona cierta corrección política, discursiva, respecto al cómo se maneja la economía siguiendo el American Way. Sin embargo, la rusticidad de la misma se expresa en la claridad del mensaje de Trump, sin medias tintas, castigando una política que no se encuentra penada por los organismos internacionales y no dejando margen de acción a las economías periféricas.
En este sentido, es más que claro que en comercio internacional, siempre que alguien gana, alguien pierde. El juego es, en definitiva, de suma cero. Las mejores posiciones de un país significan peores posiciones de otros, por lo menos, en términos de saldos monetarios. En el caso argentino, esta medida puede generar un precedente negativo si se genera un marco de penalización global a las devaluaciones, algo que obligaría a nuestro país a rever su estrategia de desarrollo industrial, lo cual no vendría mal para generar verdaderas ventajas competitivas en el largo plazo, pero que en el corto impactarían muy negativamente.
Lo que, en definitiva, no queda del todo claro es como interpretar estas señales (contradictorias) en nuestro país. Hasta hace poco tiempo, organismos internacionales como el FMI pretendían un sinceramiento del tipo de cambio nacional y en la actualidad, este sinceramiento termina siendo castigado comercialmente, estrangulando las posibilidades de encontrar un equilibrio en el comercio exterior que permita cumplir los pagos de deuda con los acreedores. En 2018, EEUU dio marcha atrás con estas medidas, y si bien ahora parece difícil este resarcimiento, habrá que esperar para ver si se consigue un resultado más alentador en este sentido. Mientas tanto estos sectores se encuentran en vilo, expectantes de noticias más alentadoras.