Director del Observatorio de Políticas para la Economía Nacional (OPEN). Fueguino

El martes pasado el INDEC informó que la economía argentina logró un nuevo superávit comercial durante el tercer trimestre del 2019, con respecto al mismo periodo del año anterior. Este fenómeno se da en un contexto de crecimiento en las exportaciones (18,2%), sobre todo las vinculadas al agro y una caída muy importante en los principales rubros de importación (-16,4%), producto de la caída en el consumo interno.

Así, la exportación de productos primarios (vinculados al agro) creció en un formidable 70,3% con respecto al tercer trimestre del 2018, recordemos que el año pasado una fuerte sequía azotó la producción en este rubro. Por otro lado, y vinculado con lo mencionado anteriormente, las manufacturas de origen agropecuario crecieron en un 12,5% y las exportaciones de combustibles y energía también fueron a la suba con un incremento de un 15,2%. 

El dato negativo se lo lleva la caída de las exportaciones de manufacturas de origen industrial con una baja del 6% con respecto al mismo trimestre del año pasado. En definitiva, estos cambios hacia lo interno del conjunto de bienes y servicios exportados transformaron la composición de lo que vendemos a otros países. Por citar un ejemplo, los productos primarios representaron en el tercer trimestre de este año un 28% de lo exportado contra un 20,01% para el mismo periodo del año anterior. El agro en su conjunto (incluyendo manufacturas de origen agropecuario) representa un 65,2% de nuestras ventas al exterior dejando así un 5,6% al rubro energía y combustibles y un 29,01% a las manufacturas industriales. Este último número podría llegar a considerarse alto dado que no somos un país caracterizado por exportar bienes industriales. Sin embargo, viene en franco decrecimiento dado que en el tercer trimestre del año pasado este número rondaba en los 34,4%.

Otro es el cantar del lado de las importaciones. La caída es general, amplia y pronunciada en todos los principales rubros, destacándose los bienes de consumo (-26%), bienes de capital (-20,7%), vehículos automotores (-53,4%) y los combustibles y lubricantes (-37,9%). Estos números terminan redondeando una caída del 16,4% de las importaciones, ¿por qué un número tan bajo teniendo en cuenta las dramáticas caídas en los rubros antes mencionados? Porque hay dos áreas en donde la caída no fue pronunciada: bienes intermedios (-4,9%) y piezas y accesorios para bienes de capital (-2,9%). Ambos tienen un peso importantísimo en la composición de las importaciones, representando en conjunto un 55,4% de las mismas. 

En definitiva, el valor de las exportaciones se situó en los 17.170 millones de dólares contra unos 13.307 millones de dólares de importaciones dando como resultado un superávit de la balanza comercial de unos 3.863 millones de dólares. 

¿Es alentador este resultado? Lo es, dado que, como venimos señalando, la carga de la deuda externa y la posición del presidente electo, Alberto Fernández, de pagarla, es un peso elevado para nuestra economía y es necesario generar los recursos para pagarla. Esto se logra con superávits gemelos, fiscal y comercial. El fiscal para que el Estado tenga los medios para pagar la deuda y el comercial porque la deuda se paga con dólares, los cuales hay que generarlos a través del comercio, entre otras cosas. 

Ahora, ¿es sustentable en el tiempo esta dinámica de comercio exterior? Es una pregunta difícil de responder, pero a priori, la dinámica del ciclo económico nos marca que este esquema solo es viable con un consumo interno bajo, como el que existe actualmente. Es decir, si el mercado interno se reactiva (aspecto que Alberto Fernández promete que sucederá) las importaciones tenderán a crecer y no solo en bienes de lujo o suntuarios como uno podría llegar a pensar. Como mencionamos, los bienes intermedios y las piezas para bienes de capital superan actualmente el 50% de las importaciones, con una economía en plena recesión. Con un aparato productivo funcionando a mayor escala es evidente que este nivel de compras al exterior crecerá y, por otro lado, al tener exportaciones basadas principalmente en el agro, es difícil que las mismas crezcan en demasía, dado que el territorio donde se llevan adelante estas actividades es fijo y se limita a las provincias centrales de nuestro país. En definitiva, este saldo pareciera ser más parecido a un techo que a un piso para comenzar a hablar de un esquema de comercio exterior sustentable. 

¿Existe algún atajo? Si, que los precios de los bienes relacionados al agro mejoren y que los precios de los bienes que importamos tiendan a caer. De esta forma, produciendo, a grandes rasgos, la misma cantidad, podríamos engrosar las ganancias del comercio exterior. Esto no parece probable, dado que los precios de los bienes primarios que exportamos han tendido a bajar en los últimos años. Por otro lado, el descontento social producto de las políticas de ajuste al poder adquisitivo y de la producción manufacturera es una clara limitante a este tipo de modelo basado en las ventajas comparativas (vendemos lo que por naturaleza sabemos hacer mejor en comparación a otros países).

En definitiva, pensar un modelo de desarrollo a largo plazo evidencia la necesidad de abordar múltiples frentes. Uno de ellos es claramente, tener una balanza comercial y un equilibrio fiscal sustentables. Es decir, económica y socialmente sustentables. Por otro lado, intentar no depender exclusivamente de la buena suerte, dado que puede ser un factor aleatorio y sobre el cual no tenemos control. Por último, buscar que las fuerzas productivas se orienten a producir bienes y servicios con mayor valor agregado a lo largo de todo el país, intentando así que nuestras riquezas naturales sean un privilegio y no un condicionante.

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