Profesional de enseñanza primaria. Docente en contextos de encierro. Representante docente JCyD. Directora jubilada.

El tema de los asesinos en serie ha resultado muy atrayente para la literatura de todos los tiempos.

La ciencia ha intentado tocar esta temática desde diversos campos como lo son la biología, la sociología y la psicología.

Los crímenes, asesinatos y sus protagonistas se asocian dentro del género policial y llegan a una especie de juego de pensamientos e inteligencia donde el objetivo es esclarecer el hecho.

Los escritores han implantado este tipo de personajes a sabiendas del interés que despiertan dentro del mundo lector y la curiosidad que provocan.

La violencia, la muerte y la justicia se convierten en un increíble popurrí al que eligen y disfrutan la mayoría de los leedores.

Así el cine y la televisión también se adhieren a este tema con un interesante cúmulo de adeptos.

Este patrón nunca falla más aún si está unido a hechos de la vida real. 

Desde que el padre del periodismo, Truman Capote, escribió “A sangre fría” sabemos que un suceso trágico de violencia extrema puede convertirse en un evento literario sujeto a análisis.

Aquí hacemos referencia a algunos textos que han participado de este tema, los cuales han despertado fascinación en sus lectores.

“El silencio de los Corderos” (o “El silencio de los Inocentes”) de Thomas Harris. Este libro que se convirtió en película de culto realiza una interpelación a algunas instituciones y su capacidad (o no) para modificar las conductas de los individuos con problemas mentales, sociales y psicológicos severos.

Deja ver en el personaje de Hannibal Lecter carencias afectivas, económicas y de protección que emergen en la edad adulta.

Su argumento (conocido por todos) se basa en una estudiante del FBI (Clarice Starling) la cual debe entrevistarse en la institución psiquiátrica donde está recluido Lecter, a fin de recabar información con el propósito de resolver el caso de un asesino serial (Buffalo Bill). Las pistas verdaderas y falsas hacen que la identidad de cada uno de los personajes sea edificada con paciencia y precisión.

“Jack el destripador. Cartas desde el infierno” de Stewart Evans y Keith Skinner.

Innumerable es la bibliografía que aparece en relación a los crímenes de este asesino serial pero “Jack el destripador. Cartas desde el infierno” hace referencia a los asesinatos cometidos que detallan la agitación colectiva y los errores que cometieron policías y periodistas durante 1888 y 1889. En plena época victoriana, a finales del siglo XIX, Londres convivía con la delincuencia, el alcoholismo, el racismo y la prostitución. Se cree que Jack el destripador cometió su primer crimen reconocido el 31 de agosto de 1888. Su víctima fue Mary Ann Nichols. Durante las semanas que siguieron al hecho al menos otros tres asesinatos ocurrieron. A pesar de los esfuerzos de la policía y la cantidad de teorías repasadas una y otra vez no se sabe si a un único autor se le otorgan la totalidad de los crímenes.

Más de trescientos sospechosos fueron indagados en el Reino Unido a causa de estos hechos.

Un verdadero misterio plagado de incógnitas. Recientemente se ha conocido gracias a investigaciones realizadas sobre el ADN del chal que portaba Catherine Eddowes, una de sus víctimas, que Aaron Kominski sería el verdadero Jack. Él trabajaba como barbero, era un inmigrante de origen polaco y había sido considerado uno de los principales sospechosos de la policía londinense en noviembre de 1888. Aunque este nunca pagó por sus crímenes sí fue recluido en un psiquiátrico a las afueras de Londres en 1891.

“La leyenda del petiso orejudo” de Leonel Contreras. Cuenta el caso de Cayetano Santos Godino quien protagonizó los hechos de sangre que lo llevaron a terminar sus días en la cárcel de Ushuaia.

Con anterioridad había estado en el Hospicio de Mercedes (la justicia lo había declarado inimputable) y luego fue trasladado a la Penitenciaria Nacional (ubicada por aquel entonces en Las Heras y Coronel Díaz).

El día 3 de diciembre de 1912 cometió su último crimen con quince años (su víctima fue Jesualdito Giordano de tan solo tres años) en el barrio porteño de San Cristóbal. En su historial delictivo se cuentan cuatro muertos y siete heridos. Fue un producto de la miseria, la desprotección y las constantes golpizas de su padre y su hermano.

Falleció en 1944 oficialmente debido a una úlcera. Sin embargo otras versiones afirman que fue a modo de castigo impuesto por los reclusos debido a la inesperada muerte de la mascota de la prisión de Ushuaia (un gato o varios según distintas fuentes). Ello derivó en una gran paliza que terminó provocándole una hemorragia interna. 

La atrocidad de sus delitos hizo que se convirtiera en un mito pero en verdad fue un agresor social de inusitada crueldad.

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