En la actualidad, cuando hablamos sobre las gallinas pensamos en un ave de corral, en el mejor de los casos, en un gallinero al aire libre o, en el peor de los casos, hacinadas en las granjas avícolas donde permanecen todo el día encerradas y comiendo. Pero hubo un tiempo en el que la vida de las gallinas era muy distinta.
Las gallinas son originarias del Sudeste asiático. El naturalista británico Charles Darwin las consideró descendientes de una única especie silvestre, el gallo bankiva, que vive en estado salvaje desde India hasta Filipinas. Anteriormente, vivían en estado salvaje en los bosques, descansaban en los árboles para huir de sus depredadores. Su alimentación era carroñera, herbívora e insectívora, es decir que comían plantas, hojas, hierbas e insectos. Los científicos estiman que fueron domesticadas hace unos 8.000 años en la zona que en la actualidad corresponde a Tailandia y Vietnam. No fue hasta el siglo XIX cuando se importaron grandes aves de China y comenzó la verdadera cría. Entre 1850 y 1900 la gallina experimentó más cambios evolutivos que en toda su existencia como especie, todos ellos destinados a intensificar su capacidad ponedora de huevos, o su tamaño, si se querían para obtener carne. El resultado es la industrialización de las explotaciones avícolas. Las gallinas están hoy distribuidas por casi todo el mundo.
La situación actual de los pollitos y las gallinas en las granjas avícolas no es la mejor. Un video difundido por la Animal Equality, una ONG protectora de los animales con sede en California, Estados Unidos, reveló imágenes terribles de una factoría en España, pero la organización advierte que el sistema de tratamiento a los animales es similar en todo el mundo. En el video podemos ver a miles de pollitos que acaban de romper el cascarón en incubadoras industriales. Luego son arrojados a la cinta transportadora. Los empleados recogen a los más débiles y los tiran en bolsas negras de basura. Los sobrevivientes caen en un enorme carrusel, donde reciben las vacunas. La cadena de montaje es impactante. Los huevos se introducen en enormes incubadoras, donde pronto se convertirán en polluelos. Allí empieza el proceso de selección. A los más débiles, aquellos que no engordarán lo suficiente, se les rompe el cuello. El proceso es veloz, y los más desafortunados terminarán en la basura aún vivos. Luego se los vacuna y la cinta de montaje los separa poco a poco, hasta que caen de a miles en cajas de plástico. Los empleados los arrojan como si fuesen seres sin vida, antes de terminar embalados en armarios. La peor parte se la llevan los rezagados en romper el cascarón, porque terminan entre cáscaras rotas sin esperanza alguna de sobrevida. Terminado el proceso, los pollitos son enviados a las granjas de engorde, donde en 40 días, y gracias a la ayuda de las hormonas, se convertirán en animales de gran tamaño. El destino final será un plato de comida.
BIENESTAR ANIMAL
El maltrato animal por parte de las granjas avícolas es tan evidente que los países empezaron a intervenir sobre el tema. En nuestro país, el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa) publicó la Resolución 575/2018, por la cual estableció “los requisitos para el bienestar animal en los sistemas productivos de pollos de engorde, en el período comprendido desde la llegada de las aves de un día a la explotación hasta el momento de la captura”. En la práctica, se impone la obligación de que todas las granjas avícolas del país cuenten con un manual que describa las acciones que realizarán para cumplir con los siguientes puntos: ambiente adecuado, alimentación y nutrición, sacrificio humanitario, densidad de Carga, capacitación del personal, planes de contingencia y captura. En la Unión Europea, desde 1998 se implementó un protocolo de bienestar animal, con el cual exigen a las granjas: buena alimentación, buen alojamiento, facilidad de movimiento, buen estado de salud, ausencia de dolor causado por prácticas de manejo tales como la castración, el corte de cola, el descornado, etc.
