Profesional de enseñanza primaria. Docente en contextos de encierro. Representante docente JCyD. Directora jubilada.

Pocas personas pueden decir que no conocen o nunca han escuchado mencionar al libro “Mi planta de naranja – lima”.

Esta obra fue publicada en la década de los sesenta por José Mauro de Vasconcelos. Este autor brasileño nació en Río de Janeiro en 1920 y falleció en 1984.

El relato es de carácter autobiográfico y fue poseedor de un éxito sin igual dentro de la literatura de Brasil. Fue traducido a más de treinta y dos idiomas ya que era de lectura corriente en muchas escuelas y colegios.

Pero sin duda su aceptación radica en el relato de las vivencias en primera persona de un niño y su familia, la cual atraviesa momentos económicos dificultosos que hacen que Zezeo o Zezé, el protagonista de esta historia, deba madurar rápidamente. 

Cuando Zezeo y sus hermanos deben mudarse cada uno de ellos se apropian de un árbol de los que circundaban el nuevo hogar. Allí es donde una “pequeña planta de naranja- lima” se convierte en el nexo con sus pensamientos y necesidades más profundas. 

Bajo esas débiles ramas se cobijan sus travesuras, sus castigos, su solidaridad, su pobreza, su tristeza y la perdida de su amigo fiel el Portugués (su nombre era Manuel Valadares).

Vasconcelos expone de manera descarnada la crisis atravesada por Brasil durante la década de los años sesenta (el padre de Zezeo queda desempleado y la familia entera enfrenta grandes dificultades o la explotación por medio del trabajo infantil cuando Zezeo y un compañero de escuela reparten volantes para tratar de sustentar los gastos de su hogar).

Asimismo muestra el maltrato al que es sometido el niño por sus padres y algunos de sus hermanos mayores. 

Seguramente la mala calidad de vida de Zezeo, su familia y el entorno no resulta un descubrimiento dentro de la precaria realidad social de América Latina.

Su refugio no es un juguete, ya que no lo posee, ni su familia ya que ella lo destrataba; sino que es simplemente un árbol a los ojos ajenos, una insignificante planta de naranja-lima, de características comunes y corrientes pero que lo  hace conectarse con su esencia y así evadirse de la dura realidad. Allí es donde diseña su mundo frágil pero seguro para la mirada de un niño de tan sólo cinco años.

Zezeo, el simpático e inquieto protagonista congrega grandes valores: su honestidad (cuando le dice a su maestra que  realmente él no tiene un corazón tan maravilloso), su generosidad (al compartir su única galletita con Dorotília), su dignidad (cuando decide no aceptar el dinero que le ofrece una señora rica), la solidaridad (cuando se ve defendido por su hermana Gloria de una nueva paliza inminente por parte de su padre), su amor (cuando le pide al Portugués ser su hijo para así poder escapar de las situaciones adversas que lo atormentaban), su valor de la amistad (con Minguito), su ternura (con el Portugués), su esperanza (cuando Zezeo cree que el niño Dios nacerá en Navidad sólo para él), su humildad (cuando piensa que en Navidad no es necesario cobrar sus servicios como lustrador de zapatos), su valentía (cuando le dice a su propio padre que es un asesino), su responsabilidad (cuando Zezeo debe cuidar a su hermano menor), su felicidad (cuando le regalan un caballito), su perseverancia (cuando le pide a Gloria que lo lleve a ver el camión de los juguetes con la esperanza de obtener uno para él).

Su inteligencia y precocidad mutan la razón por la imaginación, allí donde diseña su mundo.

Posteriormente José Mauro de Vasconcelos publica “Vamos a calentar el sol” donde Zezeo reaparece con las últimas andanzas de la niñez y abre la puerta hacia la adolescencia.

El autor continúa así hóstil y real con el análisis sociológico del protagonista y su entorno.

Esta segunda parte sí que rompe con los vaticinios de “las segundas partes nunca han sido buenas” y tiñe de belleza y timidez la etapa juvenil.

A Zezeo no le tocó el lugar más cómodo en este viaje y a pesar de tanta crueldad e injusticia persiste en su amor a la vida, su imaginación, su resilencia y su capacidad de perdonar.

“El corazón de las personas debe ser muy grande para que quepan todos aquellos a los que quiere” (Mi planta de naranja – lima).

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