Licenciado en Estudios Orientales. Posgrado en Negocios y Comercio de Asia Pacífico e India. Política Internacional; extremismo religioso.

 

Esta semana, entre las tantas bombas que hubo en el país, con la que más se entretuvieron los periodistas de inclinación económica fue la turca. Un mercado emergente con una moneda que se viene devaluando a lo largo del año en casi un tercio y en un día se va un par de puntos. Para muchos el análisis de caso de estudio nos permitía comparar con la corrida que sufrimos nosotros hace no tanto; cómo respondieron ambos gobiernos y cuál fue el saldo una vez que la situación termina por asentarse.

Arrancaremos saliendo de lo obvio (monedas devaluadas, países emergentes), ya vemos que las causas argentinas y turcas tienen poco que ver. Mientras en Argentina la corrida es producto de un movimiento de los mercados financieros que se repliegan en el dólar, el caso turco hace pie en una barrera arancelaria arbitraria que Estados Unidos sale a aplicarle al país asiático. Las nuevas tarifas en aluminio y acero más un descontento general con las políticas de Erdogan hacen que ante el primer signo de riesgo los mercados abandonen una moneda que lleva un 40% de devaluación en los 8 meses que van del año.

De las respuestas que Argentina y Turquía toman encontramos similitudes: cuando la corrida comenzó ambos salen a elevar sus tasas de interés (los turcos llegaron al 40%) como primer intento de apagado de incendio. Mientras en Argentina se optó por paquetes de medidas para limitar el déficit, acercamiento a los entes crediticios que otorgan deuda y un apoyo internacional con cartas y llamados; los turcos pasaron por un proceso muy diferente. Tayyip Erdogan tiene una situación mucho más endeble de gobernanza en su territorio y otra alineación política, por lo que optó por otro enfoque. Acusó a Trump de desestabilizar al país y le aplicó unilateralmente una serie de impuestos a la electrónica, automóviles, tabaco, cosméticos, arroz y carbón. Con barreras arancelarias por más de 500 millones de dólares; una promesa de inversión de 15.000 millones de dólares de Qatar y un discurso que traslada del foco de culpa al frente, parece que el gobierno turco se acomodó lo suficiente para evitar que la situación se agrave.

La situación política turca poco y nada tiene que ver con la Argentina; sin ir más lejos recordemos el intento de golpe de Estado en 2016. Erdogan lleva desde 2002 en el poder y claramente la situación ha llegado a un punto crítico en cuanto a desgaste. El país tiene un déficit estructural y gran parte de la deuda que las compañías privadas han tomado es en moneda extranjera. Los kemalistas (de Attaturk, el Perón turco), detractores del oficialismo, son una fuerza histórica en el país que gobernó a lo largo de toda su historia. El impulso islámico en el que hizo pie el hoy presidente ya no tapa la crisis económica. Erdogan jugando con Rusia e Irán cambia el balance del tablero geopolítico y le permite a Estados Unidos actuar de forma más salvaje que en el caso argentino (recordemos que nosotros somos el aliado estratégico en la región y Cambiemos es el contrapunto al populismo, considerado negativo por los diplomáticos norteamericanos). La alianza de Turquía y Qatar, que ya es histórica, le permite recibir montos más propios de un organismo financiero para contrarrestar los impactos en la lira.

El problema del pastor; en donde un hombre, parte de una iglesia evangélica, fue vinculado con el apoyo del grupo kurdo responsable (al menos para el gobierno turco) del intento de golpe en 2016. Desde la Casa Blanca lo ven como un chivo expiatorio y bogan por la liberación del ciudadano americano. Recordemos que para buena parte de Occidente lo de 2016 fue un autogolpe que le permitió a Erdogan limpiar la justicia, el AK party (su partido político) y la oposición en general. En Turquía, las FFAA están atadas al laicismo más propio del kemalismo. Las reformas políticas, la crisis económica, de seguridad por el conflicto en Sina y una sublevación kurda llevaron a los eventos del 15 y 16 de julio.

Ahora la crisis de la lira parece calma y el pánico por un efecto contagio en los países emergente ya no es tanto. Será con el correr de las semanas que veremos las medidas turcas ser aplicadas a todos sus efectos y analizar el verdadero daño que dejó la corrida cambiaria.

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