El reconocido chef ganador del Bake Off Argentina 2021 explica la ciudad de Río Grande desde sus dos grandes pasiones: la comida y la historia.
A ese muchacho que logró cautivar a todo un país con tortas llenas de épica, misterio y sabores desconocidos para quienes no son de Tierra del Fuego, también le gusta la gastronomía. Tranquilamente si hay un Mastercheff y lleva sus recetas de mejillones, róbalos o centolla, el premio será suyo. Pero el riograndense no sólo cocina como los dioses, sino también que le gustan las historias. Como aquella que contó el día que ganó el Bake Off, historia de bosques encantados y pueblos antiguos. Pero también, la que existen en libros, museos e investigaciones. Y a través de sus dos pasiones, la cocina y la historia, Carlos explica la relación entre su ciudad y el mar.
“Cuando uno piensa en el vínculo de Río Grande con el mar, tiene que pensar en la relación de los seres humanos con el entorno natural”, comienza a explicar Carlos Martinic que trabaja en la Obra Salesiana del Colegio Don Bosco, donde le propusieron acompañar y acomodar el archivo histórico de esa casa, y es colaborador en el Museo de la Misión Salesiana. “Hay que distinguir cómo vivían los pueblos originarios, los colonos de la colonia agrícola, cómo vivieron los que llegaron con el petróleo y cómo se vinculan con el mar los que vivimos en una ciudad industrial. Todo eso hace a la historia de Río Grande con el mar”.
La primera de esas etapas, según el historiador y chef, está relacionada con los pueblos originarios: “Tenemos la idea de que los Selk’nam sólo comían guanaco y, en realidad, los principales recursos de los que habitaban lo que hoy llamamos Río Grande, eran los recursos marítimos: el lobo marino, el pescado y los mariscos. Ellos tenían su propia forma de cocción y hasta una herramienta que ponían los mariscos en las cenizas y con una pinza extraían los moluscos”. Esto da cuenta a las claras que, los primeros habitantes de la zona, tenían un vínculo diario con el mar. Pero esto no quedaba ahí: “No solamente el mar nos daba recursos marítimos sino que se les daban todos los usos posibles para evitar la mayor cantidad de residuos y vivir en armonía con la naturaleza. Las mujeres usaban las corazas de mejillones, mariscos o caracoles para hacer collares”.
Con la llegada de los primeros colonos de origen criollo, pero también ingleses e italianos, va a haber un cambio en el estilo de alimentación. “Si bien prepondera la hacienda, también va a existir la recolección de mejillones y la pesca para alimentar al pueblo que no tenía muchos recursos”. Si bien los que llegaban no tenían tanta cultura marina, fue también en ese momento que comenzó la siembra de truchas y el desarrollo de deportes como la pesca deportiva. Esta época colonial de Río Grande vamos a ir trasladándonos a comer un poco más de los recursos de la ganadería, pero no nos vamos a olvidar de esos recursos marinos”.
Este “olvido” se relaciona más con la etapa siguiente que menciona Carlos Martinic: la fiebre por el “oro negro”. “Ya para los años ‘50, que se descubre el petróleo, van a venir otras costumbres de alimentos. Con el auge poblacional y la industrialización vamos a necesitar otro tipo de recursos en la sociedad riograndense entonces se va a dar mucho la incorporación de productos de otros lugares. La gran mayoría de las personas no van a consumir lo que generan en sus propias casas, sino que se transforma la manera de relacionarnos con el ambiente. Comienzan a desaparecer las huertas de las casas, y las actividades cotidianas de Río Grande como la pesca, la recolección, etc. Estos cambios de las población, porque cada uno venía con sus tradiciones, hicieron que Río Grande se aleje del mar”.
Otras de las cosas que alimenta ese olvido y que en un momento fue furor, está vinculado a un evento que encontró Carlos leyendo crónicas antiguas: la Fiesta del Mar, una festividad organizada por la Prefectura que celebraba la importancia del océano en la vida de los habitantes. «Se realizaba todos los años con una misa de campaña a orillas del mar, una ofrenda floral al agua, se realizaban campeonatos deportivos, pesca deportiva. En fin, un montón de actividades que tenían esto de ‘che, celebremos el mar que tantos recursos nos da y que es nuestro vínculo y contacto con el mundo exterior de Río Grande’», relata.
Pero ese alejamiento hoy está encontrando un camino de retorno. Una búsqueda de vincular a la ciudad con su esencia marina. Un par de semanas atrás, en la Feria Internacional de Turismo 2024 se firmó un acuerdo para crear la «Ruta de la Patagonia Azul», un corredor que une ciudades costeras patagónicas con el objetivo de potenciar su desarrollo turístico y económico. La cooperación de Río Grande, junto a las localidades de Río Gallegos, Viedma, Comodoro Rivadavia y San Antonio Oeste, promete mejorar la conectividad, proteger áreas naturales y promover un Turismo Azul. Por otro lado, en las próximas semanas se realizará un evento de gastronomía para revalorizar los sabores de la estepa y el mar.
“Una de las cosas que cada vez se ve menos en Río Grande, pero que siempre me gustaron cuando era chiquito, eran los camioncitos en las esquinas que te vendían el pescado fresco. Llevarlo a la cocina recién pescado y transformarlo es una maravilla. Me acuerdo también de los cornalitos que mi abuela hacía fritos”, recuerda Martinic con un dejo de melancolía, pero no tarda en volver a su día a día: “Hoy por hoy me gusta mucho cocinar mejillones. Estamos acostumbrados a comerlos de dos o tres maneras, pero si uno se pone a investigar un poco puede hacer maravillas con los mejillones y transformarlos en un plato sofisticado. Y bueno, ni hablar de mi favorito: la centolla. Es una especie escasa que tenemos que cuidar, que tenemos que seguir potenciando en su desarrollo y en la producción para poder mantenerlo. Es un sabor único en Tierra del Fuego y que le da la excelencia que tenemos”, cuenta Martinic y remata: “Por momentos se hace difícil vivir en esta ciudad por el viento o el clima, pero cuando uno la elige, tiene que conocer lo que tenemos a disposición. Es necesario que los riograndenses volvamos a ver al mar porque necesitamos conocerlo para quererlo y quererlo para poder cuidarlo. La única manera de cuidar el mar es conociéndolo profundamente y entendiendo la importancia que tiene para nuestras vidas”.