Profesional de enseñanza primaria. Docente en contextos de encierro. Representante docente JCyD. Directora jubilada.

Casi siempre cuando hablamos de literatura que describe los inicios de la exploración del continente africano lo hacemos de hombres. Por aquellos días el mundo era exclusivamente masculino. Hoy nos encontraremos con el espíritu intrépido de una mujer. Ella se llamaba Mary Kingsley (Londres, Reino Unido 1862-Ciudad del Cabo 1900) en el año 1847 publicó “Travels in West África”, aquí se lo conoce como “Cautiva de África. Las peripecias de una viajera intrépida”. 

Era una mujer occidental, de una familia acomodada, la cual había perdido a los treinta años a su padre y su madre en pocos meses. Ello la llevó a explorar territorios lejanos, a acercarse y respetar a su gente, conocer la realidad humana y analizar los puntos de vista de los ingleses en relación a la conquista. Claro que hizo lo propio también con los franceses y los alemanes.

Fue llamada “La Reina de África” y las crónicas escritas con visión pro-africana la llevaron a ser reconocida como una de las primeras antropólogas. Si bien había sido preparada para cuidar a su madre inválida y nunca recibió educación formal. Criticó en detalle y con dureza a los misioneros católicos a los cuales señalaba como predicadores que despreciaban la cultura africana. Hablaba en sus narraciones de “la carga del hombre blanco” sobre las espaldas del continente. Pensemos que la mayoría de los territorios africanos no estaban aún cartografiados, abundaban las fieras, faltaban comodidades y las enfermedades poco frecuentes exterminaban sin piedad a los que pisaban esas tierras. Era una verdadera trota-mundo: Sierra Leona, Liberia, Camerún, Angola, Ghana, Gabón y Nigeria la vieron pasar con sus incómodos vestidos a la moda de la era victoriana. Tampoco le faltaba su sombrilla.

Una pregunta la persiguió siempre ¿por qué ella no había podido estudiar?, por el contrario, su hermano lo había hecho en Cambridge. Ella sólo había llegado a los primeros niveles de alemán y enfermería. Este último tenía el propósito de convertirla en cuidadora de su madre.

Su primer viaje fue a Sierra Leona, pero la vuelta al Reino Unido estuvo puesta en el próximo. Gabón y los caníbales la esperaban. El Museo Británico (en el área de zoología) financiaría parcialmente su aventura a cambio de algunos especímenes de peces entregados en frascos con formol y un manuscrito de su viaje a Sierra Leona. 

Su encuentro con la tribu Fang (tribu que refiere al complejo lingüístico bantú, originario de Guinea Ecuatorial, extendido a Gabón y Camerún. Hablan el idioma fang) donde convivió, la llevaron a escribir bitácoras de viaje en las cuales abundan las descripciones de paisajes, costumbres y ritos. En ellas no sólo aparecen estos tópicos, sino que se encarga de exaltar la sabiduría de la gente del lugar y su escepticismo en relación al mundo religioso. 

Contradictoriamente su amor por África la llevó a la muerte, en el año 1900 fue como enfermera voluntaria en la Guerra de los Bóer (los bóers eran de origen holandés, hacia el siglo XVII despojaron a los pueblos nativos de sus territorios. En 1845 se retiraron de allí gracias a la presión de los colonos británicos. Estos eran mineros, los otros agricultores, así los intereses chocaron, pero podía empeorar y así sucedió. En el año 1886 descubrieron oro y diamantes en los territorios bóers, en 1899 comenzó la guerra y finalizó en 1902) y murió de fiebre tifoidea.

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