Profesional de enseñanza primaria. Docente en contextos de encierro. Representante docente JCyD. Directora jubilada.

Si de mostrar poder y riqueza se trata que mejor que un castillo en lo alto de un imponente risco o en una elevación ondulada. No sólo la ubicación era importante, la logística para proveerlo de todo lo necesario (alimentos, agua) era fundamental. Un maestro constructor (algo así como los arquitectos de nuestros días) se encargaba de dirigir un verdadero ejército de obreros para su construcción. Claro que las formas se fueron volviendo más sofisticadas. En un principio comprendían una simple empalizada de madera y una torre. Posteriormente las murallas fueron erigidas de piedra, poco a poco se fue agregando un foso perimetral (seco o con agua), la barbacana (una especie de casilla que cumplía la función de proteger la puerta), las torres defensivas, la puerta fortificada, la torre del guardia (o torreón) y el bailey o patio interno.

Los castillos mutaron de fuertes militares a verdaderos palacios.

La palabra castillo en su primera acepción es por definición: un “lugar fuerte, cercado de murallas, fosos y otras fortificaciones”.

La ciudad danesa de Helsingor o Elsinore fue el escenario de Hamlet de William Shakespeare o “La tragedia de Hamlet, príncipe de Dinamarca” (título que corresponde a su nombre original). Este castillo sirvió de inspiración para la dramática obra. Actualmente se pueden realizar visitas guiadas (su ubicación exacta es en el límite norte entre Dinamarca y Suecia), pero cada año en agosto cuando se conmemora la muerte del dramaturgo inglés, allí se realizan representaciones de su pieza literaria. Esta fortificación nació allá por el año 1420 de la mano del reinado danés de Erico con el fin, debido a su ubicación privilegiada, de controlar a los barcos que pasaban por el mar Báltico. Luego Federico II a fines del siglo XVI le daría el estilo de la fachada que ostenta en la actualidad, la cual fue reconstruida en el siglo XVII ya que sufrió la destrucción casi total a causa de un incendio.

Alejandro Dumas (Francia 1802-1870) escribió “El Conde de Montecristo” (en el año 1844, esta fue presentada en formato folleto en dieciocho entregas, algunos creen que llegó a ser más popular que “Los tres mosqueteros”) tuvo como escenario el castillo de If, en Marsella, Francia. Este es “Patrimonio de la Humanidad” tangible e intangible a causa del suceso de esta historia literaria. Su cronología nos cuenta que desde el año 1527 al 1531, Francisco I de Francia lo mandó construir con el propósito de controlar el tráfico marítimo de los enemigos debido a su ubicación estratégica en la bahía de Marsella. La isla en la cual se emplaza tiene algo más de tres hectáreas, un ancho máximo de ciento ochenta metros y unos trescientos metros de largo. En poco tiempo este castillo se transformó en una prisión.

Trescientos escalones con un poco de vértigo nos llevan al castillo de Tintagel, ese en el que nació la leyenda del Rey Arturo en Cornualles, el legendario reino de Camelot (Reino Unido). Artus o Arturo probablemente existió y fue un alto mando romano o jefe tribal que luchaba contra las invasiones en los inicios del siglo VI (su nombre se encontró esculpido en una piedra de Tintagel, más precisamente en el castillo de Arthnou). En la abadía de Glastonbury hay una lápida que dice: “aquí descansan el rey Arturo y la reina Ginebra”, pero los historiadores aún no pueden aportar pruebas sobre su existencia. King Arthur o Arturo de Bretaña fue el rey de los celto- romanos y de ello sí hay certidumbre.

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