Profesional de enseñanza primaria. Docente en contextos de encierro. Representante docente JCyD. Directora jubilada.

Sabemos que la grafía es la representación escrita de un sonido o una palabra. Ella es como la huella digital que construye nuestra identidad. Es verdad que pueden existir distintos tipos de letras o sentirnos cómodos escribiendo en diversas grafías (imprenta, cursiva, etc.)

Algunos cargamos con el karma de llevar una “letra fea” por la vida y otros más favorecidos poseen una “letra linda”. Claro que la grafía (lucida o mal parecida según la objetividad de cada uno) puede esconder rasgos de personalidad.

 La grafología es la técnica encargada de estudiar las características psicológicas de las personas por medio de su escritura. A modo de ejemplos generales se establece que si la letra es grande es probable que seas una persona segura de si misma y sociable. Por el contrario si es pequeña eres introvertido y meticuloso. Si es de tamaño mediano logras adaptarte con facilidad a los diferentes contextos que se presentan. Si no inclinas tu letra eres práctico y lógico, si ella se inclina hacia la derecha gustas de hacer amigos y vivir experiencias novedosas, en contraposición ir con tu inclinación hacia la izquierda muestra tendencia a la rebeldía.

Hace varias décadas atrás aquellos que llegaban a un nivel educativo de modalidad superior debían gozar necesariamente de una letra bonita, la cual sería su carta de presentación. Para ello ríos de tinta y pilas de cuadernillos de caligrafía tomaban de rehén nuestro tiempo, pero nada mejoraba. Si escribías relajado y con tiempo todo iba de maravillas, pero al tomar apuntes o escribir al dictado la letra se alocaba. Varios recursos utilizábamos: inclinábamos los cuadernos o las carpetas (en verdad sus hojas), cambiábamos de lápiz o de lapicera y la mente sólo pensaba en la forma y no en el fondo de lo que se escribía. Así sentíamos que éramos como el perro que se muerde la cola y para otra vez volver a empezar.

Una vez fuimos niños que escribían formas ilegibles (las cuales para nosotros tenían sentido) en un principio. Luego fuimos cambiando del crayón o la tiza al lápiz y más tarde llegó la lapicera. Así la caligrafía se convirtió en todo un arte sin proponérselo. Esa identidad (tu letra) medio rara, un tanto torcida ya no admite la expresión “que mala letra que tenés! o “no se te entiende nada!.

 Al parecer aquellos que gozan de esa “letra de médico” suelen tener un cociente intelectual más elevado. En verdad se ha comprobado que el cerebro va más rápido que las manos. Así parece que tener una fea letra indica una mayor agilidad y mejores habilidades a nivel mental. La escritura a mano revela más información sobre la correspondencia que se da entre los procesos físicos y psicológicos que cualquier otro movimiento voluntario.

Haberlo sabido antes que una letra desvencijada no influía en el desarrollo cognitivo.

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