Profesional de enseñanza primaria. Docente en contextos de encierro. Representante docente JCyD. Directora jubilada.

Un fragmento del poema Ítaca de Konstantinos Kavafis (Alejandría, Egipto 1863-1933) dice: “(…) Siempre ten presente a Ítaca en tu mente;/llegar allí es tu meta, pero no apresures el viaje./ Pleno con la experiencia del viaje,/ no esperes la riqueza de Ítaca./ Ítaca te ha dado un bello viaje.”

Ulises (Odiseo, su nombre en griego) el nombre latino del héroe de la “Odisea” se embarcó en una aventura que lo convirtió en un hombre errante. Veinte años le tomaron regresar a Ítaca, en los primeros diez años creyó volver a su tierra, pero los dioses le tenían preparadas otras expediciones guerreras en el mar. Divisó las costas de su terruño, pero los vientos soplaron en contra. Cuando al fin logró superar las dispersiones que lo asaltaron, diez años de guerra y diez años de regreso, ni su propia esposa, Penélope, lo reconoció. Ella había prometido contraer nuevas nupcias luego que finalizara la hechura de la mortaja de su suegro Laertes. Así tejía y destejía en secreto e incansablemente.

El único que lo reconoció fue Argos, su fiel perro. Odiseo ya no era el mismo, su piel y su cabello envejecieron. Atenea, la diosa de la sabiduría, fue la encargada de transformar su apariencia en un mendigo, así él vería lo que ocurría en su patria sin revelar su identidad. En verdad sabe quién es también Telémaco, su hijo.

Los pretendientes de Penélope son descartados uno a uno. Telémaco solo puede darle las pistas a su madre para que espere un poco más y así ganar tiempo para regalarle a su padre.

Solo Argos, su perro ya viejo y lleno de garrapatas lo miró fijamente y le movió apenas la cola. Él sabía quién era ese hombre harapiento. Poco después Argos murió.

Canto XVII de la “Odisea”: “…Y un perro, que estaba echado, alzó la cabeza y las orejas: era Argos, el can del paciente Odiseo, a quien este había criado…”

Tal vez sea uno de los registros escritos más antiguos de la eterna fidelidad de los perros hasta el último suspiro hacia los humanos.

Argos nunca había olvidado los momentos felices que lo unieron a Ulises, quizás por ello se negó a abandonar su rincón favorito en el palacio. Se dice que él pudo morir en paz, feliz da haber visto a su compañero humano por última vez.

Posiblemente Homero relató como ninguno la singularidad y la fuerza del binomio memoria y fidelidad del perro junto al hombre.

Una escena bella que hace que cada uno de nosotros recuerde de manera especial a aquellos peludos que han pasado por nuestras vidas y a los que disfrutamos hoy con todo nuestro corazón.

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