La guerra civil española y la diáspora que llegó hasta nuestras tierras marcaron la producción literaria de Ángela Figuera Aymerich (Bilbao, España 1902- Madrid, España 1984).
La censura franquista lo abarcaba todo, era como un pulpo que llegaba con sus tentáculos a los disidentes políticos sin respetar edad, condición o profesión. Ángela no fue la excepción. Algunos de sus poemarios fueron publicados primero en América y recién cuando la democracia regresó a España, su literatura también emprendió el tan esperado regreso, al igual que los intelectuales españoles diseminados por el mundo. Ahora la llamada “poesía social” también verá la luz en las editoriales de su patria. En tiempos de silencio Ángela dijo con fuerza, puso palabra a la acción.
Sus primeros libros (“Soria pura” y “Ángel de barro”) pusieron en tela de juicio el papel de la mujer pasiva, contemplativa y angelada que el gobierno franquista había instalado casi como una necesidad de generar un elemento común, uno que unificara sobre todo ideas: la homogeneidad familiar. Si todos eran lo más iguales posibles, las cosas con sus causas y efectos también lo serían. No debía quedar espacio para las sorpresas y mucho menos las dudas.
Sus poemas eran tachados, corregidos o directamente no publicados y tildados como “erotismo impúdico”, acusados de esa forma por tratarse de versos creados por una mujer. Ella proseguía, no le afectaban las tachaduras aconsejables, total el resto del libro era publicable. Algo quedaría.
En el año 1948, Ángela dedicó palabras con sencillez, humildad, pensando en lo posible, en lo justo, en lo necesario, así nació “No quiero”. Quizás fue de la escasez (de todo tipo) que brotaron estas letras.
No quiero (poema incluido en el libro “Mujer de barro”, fragmento)
“…No quiero
que el labriego trabaje sin agua,
que el marinero navegue sin brújula,
que en la fábrica no haya azucenas,
que en la mina no vean la aurora,
que en la escuela no ría el maestro…”
Así continuaba meciéndose con su poesía entre la identidad femenina y el ojo crítico en el terreno social. Su visión no era para nada reduccionista, pensaba que el rol de la mujer contaba con una mirada transformadora, con rasgos que no solo la harían participe directa de sus acciones sino que abrazaba una conexión plena con su realidad.
Sus letras fueron reflejo del intenso inconformismo de la época.
En sus años de “Mujer de barro” (Obras Completas-1999) Ángela ya andaba más despacio por la vida y por las letras, pero un pensamiento seguía persiguiéndola cuando creaba “…¿Dónde estarán las palabras que digan lo que yo quiero?…”
Claro que lo logró, en un principio con pasión, fuerza y esperanza, más tarde con la convicción que aporta la fuerza de las ideas.