Periodista de Tierra del Fuego.

Los tiempos han cambiado, así como las formas de relacionarnos y por consecuente, los métodos con los que buscamos convencer a otros y otras. Ese “animal social” del que tanto hablaba Aristóteles, ha optado por nuevas herramientas a la hora de comunicarse e integrarse en todos los aspectos de la sociedad.

La política no es ajena a las nuevas tendencias, donde el Hombre de Vitruvio viene con celular adherido. El smartphone puede ser una herramienta de trabajo, de ocio y entretenimiento, y también una ventana al mundo, el país, la provincia y la ciudad. Lo usan grandes y chicos por igual, y es más factible olvidarse las llaves de casa que el teléfono.

Nuestros y nuestras dirigentes, junto con sus sendos asesores, hoy piensan las comunicaciones oficiales en clave de redes, y por ende, también los momentos de campaña electoral. A primera vista, las redes sociales no son más que un utensilio adicional para comunicarse con la ciudadanía, exponer ideas, gestiones o espacios de contacto; ya sea para las y los que son, o los que pretender ser.

El problema llega, como en la mayoría de las cosas de la vida, con la falta de mesura. La superficialidad de las redes, el abuso de los filtros y la distorsión de la realidad en pos de lo que “queremos mostrar” hacia el otro, llegan a todos los ámbitos de la vida, incluida la política. En esta carrera hasta el 14 de mayo, una campaña express si las hay, hemos notado una tendencia de las y los candidatos hacia la generación de contenidos virtuales, más que la exposición en el apartado digital de los hechos tangibles.

¿Cuál es la diferencia? Una cosa es mantener reuniones con la comunidad, llevar adelante caminatas junto a la militancia para conocer las necesidades del vecino y vecina y otra muy distinta es crear artificialmente las fotos para el posteo en Instagram. No es algo que hagan todos y todas, pero con el correr de los años se ha hecho más evidente en todos los estamentos políticos que algunas cosas están más “armadas” que otras.

Las redes sociales tienen el objetivo de tender puentes, acercarnos más en esta aldea digital donde la información recorre el globo de forma instantánea. No obstante, en ese afán que produce ser “el/la que tiene más likes”, tan propio del espíritu competitivo que tenemos los seres humanos, nos vemos sometidos a mostrar lo que otros quieren ver, no lo que sucede en realidad.

Unas fotos y un breve texto no son más que un recorte de los momentos que pueden componer la realidad de lo sucedido, que se ven aún más perturbados cuando las miradas y manos expertas son quiénes delinean una narrativa para el o la consumidora. No es nada nuevo: los medios masivos de comunicación lo vienen haciendo con diarios, revistas, radio y televisión; la diferencia es que ahora abundan los casos de análisis.

Otra de las problemáticas que aflige tanto a los oficialistas como opositores, además de este recorte parcial de la realidad, es el sesgo del observador. En general, uno sigue a las personas, instituciones o espacios con los que posee cierta afinidad. Cada uno es libre de ver y escuchar a quién desea, el problema es que ante una falta de diversidad en las perspectivas y opiniones, se produce un efecto de cámara de eco donde terminamos reforzando nuestras propias creencias e ideales, alejándonos cada vez más de ese tan esquivo concepto que llamamos verdad.

Los casos más groseros, como siempre, aparecen al nivel nacional, pero no seamos ingenuos aludiendo que en nuestra provincia y ciudades no sucede a menor escala. Lo vamos a ver en oficialismos que moderan comentarios para “resaltar lo positivo” y en opositores que foguean la réplica de sus seguidores con los agravios y teorías más escabrosas sobre cualquier proceder de las respectivas gestiones o sus dirigencias.

Ignorar los problemas o los puntos de conflicto no los hace desaparecer, es simplemente querer tapar el sol con las manos. Las redes pueden ser una gran herramienta para lograr ese “uno a uno” que tanto se busca con el vecino y la vecina, pero también pueden convertirse en un filtro que distorsiona la realidad tanto del que genera el contenido como el de la o el que lo consume. A nadie le gusta que lo critiquen o cuestionen, pero es un aspecto fundamental del proceso que compone la esencia más básica de la política: el compromiso.

Si no hay tensión no hay acuerdo, y si no hay acuerdos, es simplemente un concurso de popularidad donde el que gana hace lo que quiere, mientras que el que pierde ataca con uñas y dientes buscando tomar o recuperar el espacio ajeno.

Quizás la campaña de ensuciarse los zapatos caminando la vereda es anticuada y mucho menos efectiva que montar una oficina con expertos en redes sociales, pero si algo hemos aprendido en pandemia es que el contacto analógico, hasta físico en el abrazo o la queja del que tenemos al frente, tiene intangibles que no se pueden transmitir por otros medios. No importa cuanto avance la tecnología, el “animal social” por tanto es animal, necesita de ese contacto que no puede obtener por otros medios, y ese contacto también es necesario en la construcción de los consensos.

No sirve de nada tener likes sin propuestas detrás, son necesarios los apoyos o adhesiones o, por el contrario, si las críticas o quejas no se sostienen en un fundamento razonable. Para construir se necesitan cimientos, sean los que surgen del análisis de las cosas bien hechas o los fallos de los errores. Si la superficialidad de las redes es lo que termina decantando hacia la política, veremos más y más desinterés de la comunidad en general, o la aparición de fenómenos más extremos como en otros lugares del mundo.

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