Elizabeth Packard (Estados Unidos, 1816 -1897) publicó varios libros, los cuales en cierto modo debe reconocerle a la ignominia y el descrédito de su marido. Sus títulos nos anticipan el poder que ejercían los hombres amparados en la institución del matrimonio. El “Poder Conyugal ejemplificado” (1864) o “La vida oculta de los prisioneros o los manicomios” (1868), pero para llegar escribir estas obras pasó por contradicciones, construcciones de arquetipos y la reorganización de su vida. En pocas palabras defendió su cordura ante las acusaciones de su esposo.
Elizabeth era hija de un ministro calvinista, la posición de su familia le otorgaría una educación de excelencia. A los diecinueve años sufrió lo que en aquella época se daba en llamar “fiebre cerebral”, lo que hoy serían no más que un conjunto de síntomas y signos como: fiebre alta, dolor de cabeza y delirio. Su padre decidió enviarla a un asilo mental. Un manicomio (según la etimología de la palabra proviene del latín manía y del griego cuidar) trazaría una frontera entre la libertad y el encierro para toda la vida, esa donde los antecedentes son una pesada carga. Pronto y por influencia de sus padres se casó con Theophilus Packard, un hombre (como se estilaba en aquella época) catorce años mayor que ella.
Para continuar el patrón de esos tiempos, el marido marcaría el pulso de su vida y de los seis hijos que tuvieron. Hasta aquí todo parecía de lo más normal para su comunidad, un matrimonio tranquilo y sin problemas. Pero a Elizabeth no se le ocurrió mejor idea que comenzar a cuestionar algunos aspectos de la religiosidad estricta que instauraba su marido en el hogar, especialmente en los relacionados a la crianza de sus hijos. En verdad las controversias eran cada vez más profundas y los temas más complejos. Entre ellos estaban las cuestiones religiosas, el manejo de las finanzas familiares y el desacuerdo que reinaba en la pareja en relación a la esclavitud. Así nacía una gran incertidumbre en el hogar. Cuando la discordia se hizo creciente, ella planteó el divorcio, pero Theophilus lo encontró inmoral y Elizabeth temía perder la custodia de sus hijos menores. El poder y el valor con que contaba su esposo en la comunidad eran importantes.
Así fue que él lo simplificó. En 1860 y según la ley de Illinois (la legislatura había aprobado en 1851 cuando se abrió el primer hospital para enfermos mentales, que un esposo podía hacer internar a su esposa sin audiencia pública o su consentimiento) institucionalizó a Elizabeth, sin evidencia alguna de problemas de salud mental. Pasó los siguientes tres años en el hospital mental de Jacksonville. Gracias al apoyo de sus hijos, le fue otorgada el alta, pero Theophilus la llevó a su casa en guarda, en verdad la tenía prisionera. Una nota que arrojó por la ventana y llegó a manos de su amiga Sarah Haslett fue el pasaje a la entrevista con el juez Charles Starr. El juicio duró cinco días, pero sólo siete minutos bastaron para declarar a Elizabeth: legalmente cuerda.
Una nueva vida comenzaba para ella. Negarse a regresar a su casa fue un paso valiente para una mujer de esa época. Permaneció separada por el resto de su vida. Luchó por los derechos de la mujer y los pacientes de salud mental escribiendo libros y realizando peticiones que informaban sobre las realidades que atravesaban ambos. Ella se refería a los pacientes psiquiátricos como prisioneros.
Cuando falleció en el año 1897 un diario de Chicago la describió como “la reformadora de los alocados métodos de asilo”. Claro que fue mucho más que eso, solo que frecuentemente las luchas tienden a ser simplificadas ; sobre todo si son justas.