Profesional de enseñanza primaria. Docente en contextos de encierro. Representante docente JCyD. Directora jubilada.

Antonio Machado (Sevilla, España 1875, Colleure, Francia 1939), es estilo, es lírica, es forma expresiva con una marca registrada.

“La saeta” (1914) esa misma que Joan Manuel Serrat hizo canción en el año 1969, “Dijo una voz popular:/ ¿Quién me presta una escalera/ para subir al madero/ para quitarle los clavos a Jesús el Nazareno?// Oh, la saeta, el cantar/al Cristo de los gitanos/ siempre con sangre en las manos/ siempre por desenclavar/ Cantar del pueblo andaluz/ que todas las primaveras/ anda pidiendo escaleras/ para subir a la cruz…”

Este poema popular está incluido en el libro “Campos de Castilla” y sus versiones musicales han sido variadas.

Machado no pretende cantarle al Cristo crucificado, sino elevar el sufrimiento al mayor nivel posible. Quizás estas joyas literarias fueron gestándose en el seno de una familia fascinada por el arte constituido por los maestros, enlazada por los refranes, las canciones folclóricas y las leyendas sevillanas.

Machado fue un hombre adelantado para su época, un pensador sagaz, un ser intuitivo al que no le quedaban cómodas las estructuras impuestas desde la Iglesia. Pensaba que las obligaciones eclesiásticas tendían a dominar al pueblo y, por lo tanto, adoctrinarlo.

Cuando Machado era joven, se sentía cautivado por la pintura, el teatro y el periodismo.

“Soledades” es un poemario que fue la vidriera en la que se mostró todo su talento. Pronto la vida se encargó de verlo sufrir ante la partida de su gran amor, Leonor Izquierdo. “A un olmo seco” fue el poema en el que anheló su recuperación, la cual nunca se produjo. La tuberculosis había ganado la batalla.

“Al olmo viejo, hendido por el rayo/ y en su mitad podrido, / con las lluvias de abril y el sol de mayo/ algunas hojas verdes le han salido…”

Pero este integrante de la Generación del 98 profundamente comprometido con la crisis moral, política y económica que atravesaba España, almacena las voces poéticas dentro de “Caminante no hay camino” (1973). Ese mismo camino (literal) que lo lleva a los “Campos de Castilla” hacia finales de 1912, pero también en sentido alegórico, haciendo referencia a su vida.

Toda experiencia modifica el cuerpo, la mente y el espíritu. No solo observamos lo tangible, muchas otras escapan a la razón y cuentan como práctica de vida, de eso se trata andar el camino. Evocación y soledad.

“… Y cuando llegue el día del último viaje, / y esté al partir la nave que nunca he de tornar, / me encontraréis a bordo ligero de equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar…/”

Así, su sobriedad y sencillez construían un mensaje poético que lo acercaba al pueblo y lo hicieron estimado por él.

El amor, el recuerdo de la melancolía y la perdida lo invitaron a internarse en la ensoñación de ese hombre despierto que imaginaba una vida prosaica. Claro que su existencia depararía reflejos radiantes para nada usuales.

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