Licenciado en Estudios Orientales. Posgrado en Negocios y Comercio de Asia Pacífico e India. Política Internacional; extremismo religioso.

India es un país tan vasto como complejo, no por nada, es conocido como “la democracia más grande del mundo”. Con 1.300 millones de habitantes, expresa un crisol de etnias, lenguajes y religiones en su territorio. Hoy, el país, atraviesa una situación crítica como pocas con la segunda ola del COVID-19. Mientras muchos países desarrollados avanzan en su vacunación, India se enfrenta a una escenario límite. La falta de camas, respiradores y una infraestructura sanitaria, lo llevan a superar los más de 200.000 fallecidos y 300.000 contagios diarios, poniendo una presión en su sistema de salud que no parece frenar.

No es nada nuevo hablar de inequidad en el mundo o la diferencia entre países desarrollados y en vías de desarrollo. En India, según datos del Banco Mundial, alrededor del 85% de la población vive con menos de 1,9 dólares al día. El hacinamiento, la falta de infraestructura edilicia en materia de salud y el acceso a los servicios básicos es algo que se repite a lo largo de todo el país. La crisis sanitaria del COVID ha llegado a tal extremo que los que poseen el virus, ante la falta de camas y oxígeno, son enviados a sus casas o quedan a la deriva en las ambulancias. Tal ha sido el nivel de contagios en el último tiempo que ya se habla de una variante india y desde el gobierno han puesto a las fuerzas armadas en la calle para el control de la cuarentena.

Ahora, son sus vecinos quiénes empiezan a ver la situación con mucha preocupación. India comparte fronteras con Pakistán, Nepal, Bangladesh, Myanmar y Bután, estados que tienen una situación igual o más delicada en lo que refiere a inversión sanitaria. A esto se le suma que las fronteras son de por sí bastante porosas, con personas entrando y saliendo diariamente, más aún si pensamos en el caso de Cachemira con Pakistán, territorio que continúa en disputa posterior a las guerras indo-pakistaníes. Nepal ya reportó casos de la llamada cepa india, lo que derivó en cuarentenas locales para frenar la curva de contagios. Bangladesh parece estar un poco por delante en la curva, viendo el pico de casos en abril, debido a un fuerte cierre en las actividades. Pakistán, que si bien es el más desarrollado de sus vecinos, ya anunció que tiene faltantes de oxígeno e incluso prohibió los traslados durante las festividades del Eid el-Adha, la mayor festividad del Islam.

A ciencia cierta, en India las fatalidades se estiman. Hay zonas remotas, con poco acceso a la información y, en muchos casos, son los propios periodistas locales quiénes cuentan los cuerpos en la morgue, según relata la cadena BBC. Que hay disparidades entre números oficiales y reales es algo seguro: mientras la provincia de Uttar Pradesh (en el noreste del país, donde están Agra y Benarés, dos de los enclaves turísticos del país por el Río Varanasi y el Taj Mahal) las autoridades hablaron de 68 fallecidos en un día, mientras que un diario local mostró 98 funerales solo en su capital Lucknow, mientras tanto, los crematorios funcionan las 24 horas del día.

La informalidad, un aspecto muy presente en el país, también se hizo presente con la pandemia. En Bangalore, ciudad con unos 9 millones de habitantes en el centro sur del país, el mercado negro de medicamentos y tubos de oxígeno floreció con la segunda ola. La mayoría de los especialistas recalca que si bien estaban preparados para la primer ola, la segunda los “tomó por sorpresa” llevando a un colapso al sistema sanitario. La gente, reúne los ahorros que tiene para medicamentos o trasladar a los enfermos a hospitales en otras regiones.

Si bien Francia, Australia, Nueva Zelanda, Singapur, Rusia, Reino Unidos y Estados Unidos han salido a ofrecer asistencia, nada parece ser suficiente. Hasta Pakistán y China han brindado su apoyo, no obstante de seguir con disputas territoriales con India. Con menos del 10% de su población vacunada, la tragedia india parece inevitable, pensando la gran masa demográfica presente en el territorio y las propias dificultades logísticas y de infraestructura hacen la tarea de brindar atención y cuidado titánica.

Los gobiernos provinciales y municipales, apuntan a un “relajamiento” de parte de la Nación, que los ha dejado no sólo sin las herramientas necesarias para combatir la epidemia, sino con una sensación de abandono y descontento que se reproduce a lo largo del país. El primer Ministro Modi es el principal acusado por buena parte del arco político y científico de India, llevándolo incluso a presionar a la red social Twitter para que “borre” las críticas hacia su gestión, algo que es posible en el país derivado de una Ley de Tecnología de la Información, a fin de proteger la “soberanía e integridad de India”. Sin importar si la red del pajarito hable mal o bien del primer ministro, el dato permanece: cada cuatro minutos fallece una persona de COVID en Nueva Delhi.

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