Licenciado en Estudios Orientales. Posgrado en Negocios y Comercio de Asia Pacífico e India. Política Internacional; extremismo religioso.

Con la noticia del asilo político del presidente del Estado plurinacional de Bolivia, Evo Morales, se cierra una etapa de 14 años en el poder para el partido Movimiento al Socialismo y cae el último de los líderes de la “Patria Grande” en ejercicio (Néstor Kirchner, Hugo Chávez, Lula da Silva, Fidel Castro y Evo Morales).

El caso de Evo Morales es quizá uno de los más controversiales de aquellos presidentes, pero el menos mencionado. Morales hizo historia desde el día que llegó al poder: era el primer presidente indígena y se retira siendo el que más ha gobernado en la historia de su país. Asumió allá por enero de 2006 y en menos de dos años logró ( con varios hechos de violencia entre opositores y oficialistas en el medio y una comisión “cerrada”) que se modificase la Constitución y se permitiese la reelección al cargo de presidente. Con este cambio, Evo podría presentarse en 2009 y buscar un mandato hasta 2014. Luego de eso, según sus declaraciones, se iría a su plantación de coca, alejado de la política.

Llegado el tiempo de finalizar el segundo mandato, aquel primero donde se modificó la constitución y se lo había aceptado como uno completo (a pesar de ser de menor duración de tiempo) dejó de ser válido para las autoridades bolivianas. Con esta “reinterpretación” Evo podía volver a postularse. El Tribunal Constitucional decía que al refundarse el Estado como uno plurinacional, había un cambio en la constitución política del Estado y por lo tanto, el primer mandato no aplicaba como tal. A pesar de ciertas críticas, Evo arrasó en las elecciones y obtuvo el 63%. Hasta aquí podemos decir que no obstante las modificaciones y vericuetos legales que Morales aplicó su mandato contaba con un abrumador apoyo popular: 54% en su victoria para asumir en 2005, 67% en el reféndum de 2008, en 2009 venció en las elecciones con el 64%. Para su tercer mandato en 2014 Morales logró un 61%.

Cuando Evo se propuso ir por un cuarto mandato en 2016, parecía que la lógica dictaba una victoria: siempre contó con un apoyo abrumador en la sociedad boliviana. En febrero de dicho año, sufrió su primer derrota en las urnas: llamó a una consulta para acceder a un cuarto período como presidente, pero el pueblo le dijo que no, aunque haya sido por un margen pequeño (51% a 49%).

Acá es cuando la cosa se empieza a complicar más de la cuenta: el Tribunal Constitucional, de preponderancia ofocialista, determinó que a pesar de haber superado el límite de reelecciones posibles y tener un mandato “que no cuenta”, negarle a Evo Morales la chance de presentarse a los comicios atentaba contra sus derechos políticos. Esta fórmula presentada por el oficialismo ante la justicia obtuvo un fallo a favor en 2017 y permitió que el presidente se presentase para un cuarto período y sentaría un precedente para continuar con reelecciones indefinidas.

Así es como llegamos a las elecciones del 20 de octubre. Los resultados iniciales indicaban una victoria de Evo por un margen que rondaba los 9 puntos de diferencia, pero no era suficiente para ganar en primera vuelta. Luego las informaciones dejaron de llegar, pasaron las horas y el conteo estaba suspendido. Un día después, se reanudó, esta vez apareciendo una sospechosa ventaja para el oficialismo.

Las manifestaciones populares no se hicieron esperar y parte de la oposición pidió no solo volver a celebrar las elecciones sino la presencia de observadores internacionales, los más reacios pidieron la renuncia de Morales. El presidente, en pos de mantener la paz social, prometió que las elecciones se volverían a celebrar pero no reconoció las irregularidades. Las manifestaciones crecieron y se volvieron más violentas: principalmente al tener a la policía acuartelada y el ejército sin intervenir por decisión de sus propios altos mandos. La gota que derramó el vaso fueron las declaraciones de Williams Kaliman, comandante en jefe del Ejército, que “recomendó” al presidente boliviano su dimisión del cargo. Evo, puesto entre la espada y la pared, optó por dejar el cargo, generando una ola de renuncias que fueron desde su vicepresidente hasta buena parte de sus senadores; generando un vacío de poder que obligó a desempolvar los libros y ver a quién le tocaba asumir el cargo.

Pasadas algunas horas se confirmó la noticia del asilo político del presidente Morales en México. Ya fuera de su cargo, Evo tiró más leña al fuego, considerando que fue parte de un golpe de Estado y que la oposición (Mesa, su principal rival político y ex-presidente, y Camacho, líder de las protestas inciales) había propiciado la situación. Denunció también los ataques a las viviendas y amenazas a familiares y funcionarios de su gobierno. 

Ahora Bolivia se encuentra sumida en una ola de caos y confusión: manifestantes opositores fueron los primeros en tomar la calle, pero ahora son los partidarios de Morales quienes se manifiestan, en contra de lo que ellos consideran un golpe de estado que involucra a actores políticos, de las fuerzas de seguridad y agentes externos (desde sus inicio Evo se autodefinió como una “pesadilla” para Estados Unidos).

La Paz y el municipio de El Alto (ciudades que están pegadas) se encuentran paralizadas ante el temor de una turba que avance hacia el Palacio de Gobierno. Los bancos, locales y escuelas no abren y la gente no abandona sus casas salvo extrema urgencia. Las ciudades parecen sitiadas por las organizaciones sociales y rurales que identifican a Evo como el líder que los sacó de la pobreza y la discriminación. El enfrentamiento en Bolivia es de clases y de etnias: los indígenas y los blancos, los católicos contra los que llevan la whipala. El componente racial y las décadas de subyugación hacia los nativos y la revalorización por parte de Morales hacen que ambos grupos se encuentren aún más en las antípodas. La policía, del lado opositor, montó un espectáculo en la calle para la detención de los miembros del Tribunal Electoral (acusados de fraude) y en varios uniformes se notó la falta de la whipala, bandera indígena que es símbolo nacional boliviano. Dados los choques culturales y étnicos presentes en Bolivia, si los principales actores políticos no desescalan en la retórica conflictiva, podríamos encontrarnos en una situación más cercana a una guerra civil que a manifestaciones masivas.

En el resto de Lationamérica, cada partido y representante político tomó la situación de Bolivia para llevar agua a su molino. Los que definiríamos como conservadores vieron esto como la caída de otro líder populista, mientras que los más progresistas temen que una ola desestabilizadora a los gobiernos populares sea propiciada desde el Norte.

Lo cierto es que la situación de Bolivia es mucho más compleja que las declaraciones de Williams Kaliman y la oposición o los mensajes en Twitter del expresidente Morales. El hombre que dió un cambio radical en Bolivia y supo ostentar el poder por el período más largo de su historia como nación tiene un origen diametralmente opuesto a cualquiera de sus predecesores. No sólo tuvo 3 mandatos con casi 14 años en el poder, sino que la concentración del mismo recaía totalmente en sus manos. Su vice era una figura protocolar y la nueva generación de cuadros políticos que estaba “preparando” aún no estaba ni cerca de hacerle sombra. ¿Fueron los escándalos y la crisis económica lo que debilitó su figura? Recordemos la situación: Gabriela Zapata, una alta ejecutivo de la empresa china CAMC habría vivido una relación romántica con el líder boliviano a partir de 2005, cuando ella tenía 18 años. Evo, con 27 años más, la conoció al llegar a la presidencia y 2 años luego tuvieron un hijo. Morales, cuando la relación se reveló, dijo que el niño había fallecido. Zapata, en 2016 cerca de las elecciones que Evo perdió, había sido arrestada por enriquecimiento ilícito, tráfico de influencias y blanqueo de capital, teniendo aparentemente una cierta capacidad de presión al gobierno a través de esta empresa china. Allí, se reveló que el hijo de Morales, Ernesto Fidel, estaba vivo y con la familia de Zapata. En el pueblo la situación hizo ruido: ¿Seguía habiendo relación entre Zapata y Morales?¿Hubo intercambio de favores con la empresa china?. 

Lo que si podemos afirmar es que se rompió la confianza ciega entre el pueblo y Evo. El escándalo, sumado a la recesión de la economía y la crisis del agua este año, pusieron la figura de Morales en su punto más bajo histórico. También es claro que hubo irregularidades en el conteo de los votos. El caso de Bolivia parece ser uno donde quién enuncia una postura tiene motivos ocultos para presentarla. No creo que hayamos visto el final político de Morales, pese a su renuncia, ni que la situación en el país transandino este cerca de resolverse.

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