“Los adjetivos son las arrugas del estilo. Cuando se inscriben en la poesía, en la prosa, de modo natural, sin acudir al llamado de la costumbre, regresan a su universal depósito sin haber dejado mayores huellas en una página…” (Alejo Carpentier, 1904-1980) Ensayo: El adjetivo y sus arrugas (publicado en 1980).
He aquí el particular enfoque de alguien que decidió contar el uso y abuso de una herramienta transformadora, con el efecto de colorear, delinear y dirigir la vida de los adjetivos dentro de una obra literaria.
Alejo Carpentier nació en Cuba, cerca de La Habana en 1904. Su vida y obra pertenecen a la ilustre generación de escritores que alegaba “la vida no importa, es la obra la que cuenta”.
Su familia recorrió varios países durante su niñez (Francia, Austria, Bélgica y Rusia), pero su formación no solo fue europea, además contaba dentro de su árbol genealógico con una mezcla africana e hispana. Si bien su padre era un arquitecto francés y su madre una pianista rusa, los cuales luego de casarse decidieron emigrar a La Habana.
Sus inicios como escritor llegan en formato de artículos que son publicado en la prensa habanera con el seudónimo de Lina Valmont.
¡Ecue- Yamba- O! fue su primera novela entre numerosos libros de este género, pero también escribió ensayos, poesías y relatos.
Entre sus trabajos “Pasos perdidos” (publicado en 1953) y el relato “Los advertidos” dejan ver la importancia que tenía para Carpentier la antropología, ya que aborda la temática de los pueblos nativos latinoamericanos. La cuestión amerindia comprometía en plenitud su pluma, por ejemplo cuando describe escenas de la vida nativa en tierras bajas venezolanas.
Quizás su obra mas célebre y conocida sea “El siglo de las luces” (publicada en 1962) donde delinea y analiza las desventuras e infortunios de Víctor Hugues, un aventurero que desea llevar la revolución francesa al territorio del Caribe, (específicamente a Cuba y Haití). En la última década del siglo XVIII, en La Habana, Sofía y Carlos se quedan huérfanos. Como sus padres eran de una familia influyente deciden hacer el duelo en la bella casa que poseen, junto a un primo, Esteban. Sus tutores solo desean llevarse parte de la fortuna de los hermanos y colocarlos pupilos en una escuela.
Hugues llegará a la casa para hacer negocios con su dueño, pronto verá sumamente beneficioso que esos chicos sean los reales poseedores de todo. Así pronto los tres se ven comprometidos con un movimiento revolucionario con el que nunca soñaron. Las ideas de Hugues encontraron terreno fértil, pero las consignas idealistas pronto pasarán a ser tiránicas.
Los tres chicos no son mas que una elegante metáfora de aquellos pueblos que aún hoy no tienen definiciones profundas en su horizonte y como esos muchachos el pasaje de la infancia a la vida adulta trae libertades conquistadas, pero también grandes responsabilidades. Gente joven, naciones jóvenes.
Y ahí está Hugues, el cual representa la fuerza filosófica renovada que llega desde Francia acompañada de una gran Revolución.
La obra de Alejo Carpentier formó parte indudable del llamado “boom” latinoamericano. Era la viva expresión de una estética literaria renovada que surgía del campo ideológico. Estaban creando un nuevo producto, original, indiscutible, autóctono, con un ingrediente indispensable “la materia literaria”.
Alejo Carpentier afirmaba que las lecturas de Martí “le enseñaron a pensar” y lo transportaban tanto a lo barroco como a lo imaginario.
Argumentos para construir historias sobraban, la inventiva criolla haría el resto.
En el ensayo titulado “Tientos y diferencias” (publicado en 1964) arriba con profundidad al tema de la creatividad: ”por la virginidad del paisaje, (…) por los fecundos mestizajes que propició, América está muy lejos de haber agotado su caudal de mitologías ¿Pero qué es la historia de América sino una crónica de lo real maravilloso?”.
