Profesional de enseñanza primaria. Docente en contextos de encierro. Representante docente JCyD. Directora jubilada.

Aurora Venturini (La Plata, Argentina 1922, Buenos Aires, Argentina 2015) publicó el libro “Las primas” bajo el seudónimo de Beatriz Portinari con el cual ganó el Premio Nueva Novela Página 12 en el año 2007, pero ya tenía publicados más de treinta libros. En verdad esta novela es un tanto extravagante, en ella cuenta con la voz de Yuna las diferentes situaciones que la llevan a transitar su vida acompañada de una familia distinta y particular en su funcionamiento. Así se suceden las tragedias sin respiro (en verdad ese pequeño y “breve” descanso que se da la autora por medio de algún que otro signo de puntuación), pero con una lectura asequible, aclara.

Yura Riglos, la protagonista, tiene dislalia (esta alteración del habla hace que ella exhiba dificultad para articular las palabras, las cuales no puede pronunciar correctamente o de forma convencional u omite letras en su recorrido) quizás por ello la relación y el orden de las palabras pueda parecer caótico, así como la vida de Yura. Pero como lo importante es contar y alejar demonios, ella lo hace con originalidad para nosotros, aunque se encarga de advertirnos:” nosotros no somos una familia normal”. De este modo nos presenta a un padre ausente, a su madre (Clelia) inflexible, a Betina, su hermana, la cual tiene parálisis cerebral, a Petra, su prima con enanismo, la cual ejerce la prostitución, a Carina, la hermana de Petra que nació “con seis deditos”, a la tía Nené, a su otra tía Ingrazia, la cual está casada con su primo Danielito y a José Camaleón, el profesor de arte de Yura. Es que a ella le gusta dibujar y pintar, alguien cree en su talento y eso hace la diferencia. A medida que avanzamos por las páginas de este libro nosotros seremos también capaces de advertir los progresos de Yura (hasta en su modo de expresarse). Otra forma es posible ya alejada de esa enseñanza de “maestra de puntero”, como ella describía a su propia madre. Atrás quedaron las muertes, la violencia, los excesos, los abortos, esa familia disfuncional que vive en La Plata allá por los años 40.

El ingreso de Yura al Instituto de Bellas Artes lo cambia todo, su entorno la menosprecia, pero ella responde: ”El profesor dijo que no era una tarada, sino una artista plástica ensimismada”. De esta manera el reconocimiento y el dinero la esperan. Yura venderá sus pinturas y Petra ejercerá “el oficio más viejo del mundo”. Juntas armarán una sociedad financiera común y afable. Un pequeño departamento será su refugio. 

A fin de cuenta este es un libro triste y alegre, algo tragicómico, impredecible que aporta una mirada ingenua, pero decidida sobre los sueños de Yura. Ellos se cumplen a pesar de su entorno y los mandatos con que carga. Hay un proverbio que reza:” No quiero ver a mis hijos con grandes principios, sino con grandes finales”.

Yura decía:” Yo sólo vivía para sentarme y pintar y el mundo circundante desaparecía dejándome en una preciosa isla de tonalidades” (“Las primas” de Aurora Venturini). Allí era feliz.

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