Iván Turguénev (o Turgueniev, Oriol, Rusia 1818- Bougival, Francia 1883) amó los avances europeos con todo su corazón, pero contribuyó con generosidad a establecer un puente entre Europa y Rusia. Para ello sus traducciones, sus viajes y su literatura fueron esenciales. Fue contemporáneo a Tolstoi y Dostoyevski, pero también es verdad que su vida iría por carriles bastantes dispares a los de esos autores.
Buscaba la paz, la armonía y el equilibrio en su obra. Ella estaba inundada de frío, viento, bosque y estepa rusa. Era un cazador osado dentro y fuera de sus libros, incluso era el hombre culto que admiraba la arquitectura de París y hablaba a la perfección el francés. Ellos dos convivían sin cuestionamientos. Sus pasos eran firmes y de este modo dejó huella en la literatura rusa. Si bien incursionó con fuerza en el relato realista, en esta oportunidad consideraremos como un acto resuelto el hecho de trazar relatos fantásticos.
En verdad en ellos aparece con fuerza la expectación y el misterio. En su libro “Relatos fantásticos” recopila cuentos y allí aparece “Toc, toc, toc” donde sus personajes se rinden ante la vida, no pueden hacerse cargo de sus emociones, ellas los desbordan y el final aparece como una nube negra en el cielo. La desgracia es implacable.
Pese que también existen figuras fantasmales en el cuento “Espectros”, allí el mundo de los sueños atraviesa la realidad del personaje. La sugestión tendrá dos caras y llegará a crear fantasía, pero también sólidas pesadillas.
Indudablemente Iván Turguénev no sólo fue ensueño literario, el realismo le echó el guante y así describió en detalle los sufrimientos y necesidades de su pueblo. Su vida se desarrolló luego del reinado de Alejandro I y el comienzo del gobierno del zar Nicolás I. Este no conoció la compasión y tampoco las fronteras, quizás por ello reprimió con dureza a los opositores, en particular a aquellos quienes traían las ideas de la Revolución francesa. Este contexto sociopolítico y la posibilidad de conocer otros países marcaron a fuego su obra.
Se opuso fervientemente al sistema de servidumbre, al hambre, la deportación y los malos tratos. Estos fueron cuestiones recurrentes en su literatura.
Vivió la censura, fue encarcelado y arrojado al exilio. Aunque la madurez creativa lo haría regresar con mayor obstinación.
En su cuento “La muerte” donde el capataz tiene las piernas y los brazos quebrados y él lo está viendo morir, dice: “… La muerte del pobre capataz me hizo reflexionar. Tiene el campesino ruso una manera característica de morir…encara la muerte como un simple trámite, como una formalidad inevitable”.
Murió añorando hacerlo en su patria, acaso su vida no fue otra cosa que la sumatoria de múltiples contradicciones rusas.