Los relatos de Sylvia Molloy nacieron con ella un 19 de agosto del año 1938 en Buenos Aires y se apagaron en Nueva York un 14 de julio de 2022.
Sus cuentos y novelas la presentan como una pionera de los textos de la literatura denominada LGTIQ+. Quizás “En breve cárcel” sea la historia que mejor describe su posición. Pero hoy miraremos la vida a través de la ventana de su libro “Animalia”. Ella fue su obra póstuma (ya que recién fue editada en el mes de diciembre de 2022) allí recrea una serie de relatos en buena compañía, por lo general gatas y gatos. No obstante recuerda con nostalgia y algo de melancolía que en su casa estaba vedado el ingreso de mascotas (hoy llamados animales de compañía) durante su infancia. En un tono cómplice nos confiesa las mil y una artimañas ideadas con su hermana para ganar el deseado “pase animal”, pero al parecer esas estrategias siempre fallaban. Aunque Sylvia era una niña obstinada y no sólo buscaba una mascota, buscaba proximidad con el reino animal. Así hormigas, caracoles, cascarudos, escarabajos rinoceronte y todo bicho que aparecía en el jardín familiar estaba bajo su protección. Aunque también eran su compañía. En el libro cuenta como su padre la apoyaba, pero su madre se presentaba “tan reacia a mostrar cualquier sentimiento que pudiera inspirarle un animal”. Es verdad que la señora, en contadas ocasiones, alimentaba a los teros del jardín, aunque también les cortaba las alas para que no se juntaran con otros de su especie. Esas contradicciones de los adultos.
Todo bicho era considerado “asqueroso” por sus padres, mucho peor aún cuando la veían ponerlos “en fila y los hacía marchar”. Cada reacción familiar desataba una acción de Sylvia, la cual resistía leyendo libros que hablaban del comportamiento de las diferentes especies. Amaba los gusanos, cuanto más gordos mejor, escondidos bajo su misterio “armaron capullos lentamente envolviéndose en ellos, como quien se amortaja, los capullos eran de colores diversos, amarillos, rosados; las mariposas que emergieron, en cambio, de un gris lechoso y aburrido”. La desilusión de la metamorfosis.
Un día le puso Curuzú Cuatiá a una gallina, porque creía que sonaba similar a cocorocó y en otra ocasión, ya siendo adulta, compró un patito y lo llevó a su casa de la infancia donde su madre no aceptaba animales cuando ella era niña, pero como la vida da siempre una segunda oportunidad, la señora, ya mayor, se enamoró del pato y le adjudicó el nombre de Patí.
“Animalia” fue un hermoso libro nacido de la pandemia con relatos que nos llevan al planeta de los animales.
Sylvia Molloy fue una mujer con una cadena de honores y una preparación de excelencia, nada de esto hizo menguar su sensibilidad. Esa misma que la hacía bautizar a sus gatas con nombres de señoras respetables y en otros tiempos de cantantes famosas.
Así andaba ella curándose los males a fuerza de simpleza, fidelidad, alegría y algún que otro lengüetazo que le regalaban sus animales de compañía.