Se cree que los tatuajes más antiguos datan de cinco mil trescientos años atrás. La prueba de ello reside en el cuerpo de Oetzi, un hombre neolítico, el cual estaba tatuado en ambas rodillas y la espalda.
Oetzi vivía en los Alpes, más precisamente en la frontera de lo que actualmente es Francia e Italia. Parece que esta práctica era realizada por medio de un instrumento puntiagudo de hueso.
Los egipcios también practicaron el arte de ilustrase la piel, sus líneas y puntos en el cuerpo estaban realizados con pigmentos de henna y eran considerados elementos mágicos que ahuyentaban las enfermedades, pero en las mujeres egipcias eran símbolo de fuerza y valentía.
Hacia el año 1000 a d C. la cultura oriental adoptó tal expresión. Pero la palabra tatuaje proviene del inglés tattoo, claro que no nació allí, sino que fue tomada del tahitiano tatau o tata que significa cortar o herir.
En occidente los marineros fueron quizás los primeros tatuados ya que en sus expediciones marítimas a las Islas del Pacífico encontraron este tipo de ornamentación como una actividad extendida entre los nativos.
En la Edad Media la iglesia católica la consideraba una practica aberrante que mutilaba los cuerpos. A principios del siglo XX eran lucidos por los marginales, presidiarios y artistas circenses. En nuestra época lo pensamos como una forma de imprimir la piel a modo de adorno corporal otorgándole el nivel de obra artística. Los tatuajes conceden una identidad única en cada persona.
Ray Bradbury (Estados Unidos 1920-2012) hizo famoso al “Hombre ilustrado” (aunque ya había llegado su consagración literaria de la mano de “Crónicas marcianas”) ese mismo que escondía historias que estaban impresas, pero que lograban cobrar vida. Ese hombre completamente dibujado, guardaba secretos que comenzarían a ser develados “En una tarde calurosa de principios de setiembre” donde se lleva a cabo el primer encuentro. Cada tatuaje un cuento, una historia con un hilo conductor, esas tintas no eran ni comunes ni corrientes.
En “Moby Dick” (1851) de Herman Melville (Estados Unidos 1819-1891), Ismael es narrador y marinero raso del Pequod. Quizás el único amigo íntimo de Queequeg. Este era un arponero que venía de una isla ficticia en el Pacífico Sur llamada Rokovoko. Él podría haber sido un jerarca como su padre, pero el amor por el mar y los barcos balleneros ganaron la partida. En la novela se lo define como un caníbal tatuado, tiene la piel oscura, pero aún así los tatuajes se dejan ver. Quizás por estas características se lo considera salvaje y peligroso. Sin embargo este personaje muta en el andar por la novela y termina representando valores tales como la nobleza, la cortesía y la valentía.
Llevar la piel demarcada parece ser una moda occidental contemporánea en franco crecimiento. No obstante el tatuaje ha trascendido los tiempos, las fronteras, los géneros y las clases sociales.
Las personas desde la antigüedad sueñan con adornar su piel, dar valor a lo inscripto, revelar algo relacionado a su interioridad, sus ideas, sus predilecciones, etc. Así son la pieles dibujadas, simplemente exclusivas.