Periodista de Tierra del Fuego.

La lógica se cumplió en Brasil, y a sus 77 años Lula da Silva volverá a ocupar el máximo cargo del país carioca. No fue la victoria glamorosa de primera vuelta que algunos analistas políticos prometían, ni la segunda vuelta aplastante que esos mismos vaticinaban. Lula ganó por algo de 2 millones de votos en un país con 125.000.000 de votantes. La diferencia de casi 2 puntos fue el cenit del domingo electoral en Brasil, pero a lo largo del día vimos números que daban a Bolsonaro arriba o mucho más cerca, cambiando con la llegada de las boletas de los estados más alejados del país vecino.

Luiz Inácio Lula da Silva enfrentará un tercer mandato, luego de sus 8 años durante la década de principios de siglo, en un intento de recapturar esa magia que lo supo poner en la cumbre de la política brasileña. Viendo este revival, más de uno en la Argentina hizo una ecuación similar pensando en 2023: la vuelta de una figura política hoy en segundo plano para recuperar aquel país de “los buenos viejos tiempos” que no está tan lejos en el calendario.

Así, una nueva arremetida por el famoso tercer mandato de Cristina arrancó en un sector más duro de la militancia del Partido Justicialista, principalmente vinculado a la agrupación La Cámpora. ¿Es viable un tercer mandato de Cristina? ¿Qué podemos extraer de la experiencia electoral de nuestro país vecino?.

Como primera medida, vale aclarar que si bien que ambas figuras políticas atraen a buena parte del arco político de la centro-izquierda, más ligado a las y los trabajadores, Lula y Cristina no son dos calcos de la misma carrera ni el mismo pasar. Mientras Lula fue condenado y cumplió tiempo de condena, Cristina batalla una nutrida pila de carpetazos o causas judiciales legítimas, depende a quién se le pregunte. Asimismo, la líder política de la famosa “Década Ganada” hoy tiene un lugar dentro del Ejecutivo Nacional con la Vicepresidencia. Cristina puede alegar que el gobierno no sigue su dogma, o que ha quedado aislada en lo ideológico ante el Albertismo, pero es parte del frente gobernante.

La elección de Brasil nos confirma una sola cosa: es posible volver de cualquier cosa, pero las circunstancias son menos que óptimas para el futuro gobierno de Lula. Con un congreso que no será favorable, más las sendas derrotas en gobiernos provinciales y locales, el futuro presidente de Brasil no llega con la potencia de mandatos anteriores, sino como referente de una cuidadosa alianza que surge más por remover a Jair Bolsonaro del poder que por acercar a Lula otra vez al máximo cargo del país vecino. El apoyo internacional viene con la misma lógica: Bolsonaro era un “cañón suelto” con terribles políticas medioambientales y una posición más cercana a la de Trump, otra figura que no es particularmente querida por el resto de los mandatarios.

Bolsonaro, más que disconforme con un resultado sobre el que aún no habló, dio una batalla mucho mejor de la que cualquiera podría haber esperado: prácticamente ningún oficialismo ganó una elección luego de la pandemia. Enfrente se encontró con todo el arco político opositor, empujando la bandera de un verdadero candidato de película.

La conclusión que nos deja Brasil es que la polarización de la política no es exclusiva de Estados Unidos, sino que Sudamérica también empieza a detectar un poco de esa esencia de “es uno o el otro” donde los extremos son la posición común y el péndulo político cada vez toma más envión en la sociedad ante la falta de respuestas de la gestión.

Dejando Brasil de lado y volviendo a nuestro país, podríamos decir que si bien todavía no se ha hecho presente esa lógica de bipartidismo implícito, no sería nada descabellado ver un oficialismo, con cualquiera de sus variantes a la cabeza, competir en un mano a mano con un arco opositor en una endeble alianza en busca del máximo cargo ejecutivo a nivel nacional. Mientras algunos fantasean con Cristina presidente, Massa declara que no piensa postularse a presidente, que aunque nadie le crea, es un claro mensaje de separación con el hoy deshilachado albertismo. El presidente Fernández anunció que tiene como objetivo buscar la reelección, pero a ciencia cierta parece más un sueño descolgado que una posibilidad con pies y cabeza.

Del lado de Juntos por el Cambio hay más candidatos que afiliados, pero parece ser que serán Bullrich, Larreta o el mismo Macri los que busquen esa nueva presidencia no peronista. En el medio de ese tironeo, Patricia Bullrich le propone irse a las manos a un funcionario ligado a Larreta, dejando un poco alejado ese republicanismo del que tanto hablaba Macri en su campaña de 2015.

Punto aparte son los liberales con Milei, que si bien se presentan como una tercera posición ubicada a la derecha de todos, tendrán serias dificultades con la falta de pisada en buena parte de los territorios. Esto haría a uno inferir que será otro comicio de construcción de la fuerza, donde la parte determinante podría venir por una eventual alianza con los famosos halcones de Juntos por el Cambio.

Brasil nos presentó una posibilidad, pero aún no nos ha dado un resultado concreto del experimento de este nuevo gobierno de Lula. Si bien es el sueño de muchos, Cristina 2023 pretende ser una expresión de deseo por recuperar esa “magia que no fue magia” de la que tanto habla el kirchnerismo, no un acontecimiento que veremos en el próximo año. El recambio de figuras es importante para avanzar con los tiempos que corren, así como construir nuevos consensos, dejando de lado posiciones históricas de figuras que han sido determinantes en su momento, pero hoy ocupan un espacio más de guía que de liderazgo.

Como pasa del lado del peronismo, también hay un proceso similar en Juntos por el Cambio: mientras algunos siguen “casados” a la figura de Mauricio Macri, hay otros que pregonan por una nueva generación en Larreta, Vidal o hasta Javier Milei para algunos cambiemitas decepcionados por la gestión que inició en 2015.

Esa necesidad de buscar viejas soluciones a nuevos problemas, al menos desde la perspectiva ideológica de cada espacio, no contribuye de forma real a un cambio del paradigma político, sino que exacerba una polarización: seguimos reflotando las mismas peleas por los mismos temas, sabiendo que ninguna de las partes cambiará de opinión. ¿No habría más posibilidades de tender puentes entre Wado de Pedro y Larreta que entre Cristina y Macri? En algún punto, ya demasiada agua pasó bajo el puente y hay algunas posturas de las que no se puede volver. En la política, donde todo puede y debe ser posible, el recambio generacional permite hacer “borrón y cuenta nueva” para atacar desde otra perspectiva los problemas.

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