Toda manifestación artística combina historias, creatividad, entorno sociocultural, humano e histórico. Cuando leemos los clásicos u obras contemporáneas pareciera que ellas fueron escritas a medida, eso nos produce una empatía instantánea con su autor y la forma de identificarse con su época. Sus personajes también cargan con el peso de actuar como verdaderos ejes positivos o negativos. Así se forjan sus perfiles.
Hablar de “El ingenioso caballero Don Quijote de la Mancha” significa ponerse en contacto con los ideales de Cervantes. La libertad está por encima de todo para él. Sabe que podemos cometer errores, pero cree en la posibilidad de cambio a partir del cumplimiento de las penas que la sociedad impone. Quizás por ello dedica con empeño parte de su obra a conversar con presos, conocer sus delitos y hasta liberarlos (apoyados por la eterna locura del Quijote).
Tal vez Cervantes no confiaba plenamente en el sistema judicial de su tiempo.
Si cruzamos el Atlántico y llegamos a nuestras tierras emerge “El gaucho Martín Fierro” (1872) de José Hernández y posteriormente “La vuelta de Martín Fierro” (1879). Ese “gaucho matrero” según Jorge Luis Borges. Si ya tomamos esta expresión nos transporta a la imagen de un “individuo que andaba por los montes o lugares poco transitados huyendo de la justicia tras ser acusado de un delito (bandido, soldado desertor, etc). Se vale de la astucia para sobrevivir”.
Durante los años de la Organización Nacional Argentina (1852- 1880) se inició el proceso de militarización para sostener una campaña de homogenización. Ello dividió en dos los caminos que tomaba un hombre llamado a servir como fuerza militar: o se unía a ella o se rehusaba a alistarse y ello traía como consecuencia la huida permanente hacia la frontera, el contacto con el indio y los tratos con ellos. Para las autoridades solo eran desertores “vagos y malentretenidos”.
Así José Hernández une la prosa, la novela y los aspectos sociales, entonces Martín Fierro dice: “Yo nunca tuve otra escuela/ que una vida desgraciada/ no se extrañen si en la jugada/ alguna vez me equivoco,/pues debe saber muy poco/ aquel que no aprendió nada.” (“La vuelta de Martín Fierro”, 1879). José Hernández completa en esta obra la trayectoria de Fierro. El contexto de país ha cambiado, el peligro en la frontera ha mermado, la conquista del desierto es un hecho y los hábitos del gaucho van camino a modificarse. Aunque las autoridades se empeñan en su desaparición (junto a la de los pueblos nativos) basada en el quebranto y la expulsión hacia tierras más improductivas. Sin embargo el gaucho y “el indio” eran aquellos quienes poseían, cual tesoro, todos los secretos de la tierra. Eran en si mismo el instinto indomable de la libertad.
Por lo cual comprendemos cuando leemos estas historias que existe una relación entre el arte, la situación política y la ideología. Quizás la literatura en particular y el arte en general actúan como un vehículo de propaganda en relación a las ideas que nos acercan al mundo de referencia que vivió, o mejor dicho que le tocó vivir al autor.
No solo los valores estéticos están en juego, valores superiores de respeto al “ser y el deber ser” aparecen en el horizonte de cada obra de modo diferente.
La literatura es algo más que meros aspectos literarios, tal vez lo extra literario sea lo más importante, allí radica la denuncia, allí el autor y sus personajes hacen la diferencia. Así se conocen los lados dispares de la historia.
A nosotros nos queda interpretar el camino y los cierres.
La literatura. Leer es completar la obra del escritor con nuestros sentires. Es crear nuevos mundos a partir de lo que leemos. Leer es la mirada del bebé, de la nena o el nene que escuchan la voz y notamos que algo les resuena. O el subrayado cuando crecemos. La lectura es resonancia y palpitar. Quien escribe, escribe desde el mundo en que está inmerso y aún la fantasía más loca está atada a futuras posibilidades.