2021 marcó un hito en el deterioro de las fuerzas policiales. Si bien no podemos generalizar la situación a todos las y los miembros de la policía, queda claro que la gran cantidad de noticias que involucran suicidios, violencia de género o alcoholismo denota un problema más grave. Las redes sociales amplifican un problema que yace en las fuerzas y, al menos a mi entender, ha potenciado una tendencia longeva de la pérdida de “respeto” al uniforme.
Aquí, al menos a primera vista, encontramos varios puntos de conflicto a la hora de pensar en la policía. Como es de público conocimiento la situación del país y la provincia no son las mejores, lo que conlleva a una falta de empleo y, muchas veces, a optar por un empleo considerado estable.
¿Se perdió la vocación de servicio en la policía y las y los cadetes buscan un ingreso estable? ¿Está bien establecido el proceso de selección o hay nepotismo? ¿Es adecuado el período de preparación en la Escuela de Policía?.
Si hacemos un poco de memoria los más grandes, la policía solía tener cierto estatus dentro de la sociedad. Había un respeto inherente al uniforme. Por un lado hay un tendencia global hacia el deterioro de las instituciones, quizás alimentada por el mayor acceso a la información, a los errores y abusos de poder dentro de dichos espacios, combinada con una falta de resultados ante las tareas que estas mismas deben desempeñar cotidianamente. Este cambio de paradigma se ve más marcado en las nuevas generaciones.
Me gustaría también hacer un punto aparte aquí y destacar que al menos una porción de la responsabilidad corresponde a la política, que en muchas ocasiones usa a la policía y otras fuerzas de seguridad como un chivo expiatorio, a fin de deseprenderse del impacto negativo del uso de la fuerza coercitiva que ejerce hacia la ciudadanía. Así, en este escenario de la policía contra la gente, el Estado se lava las manos pero en definitiva es quién da la orden a los efectivos.
Saliendo de las cuestiones generales y enfocándonos en las específicas, hay también inconvenientes en los procesos de selección. Por un lado, la policía aparece como solución a muchos y muchas jóvenes sin trabajo, que buscan un ingreso estable, una obra social y la posibilidad de mantener a sus familias, haciendo que esta “vocación de servicio” que aparecía en el pasado sea menos frecuente. Por el otro, está todo el camino que recorre un cadete hasta convertirse en policía. Es algo que se debate de larga data y hace algunos años charlamos en una entrevista con un jefe policial: ¿Son seis meses suficiente tiempo de entrenamiento? Su respuesta en aquel entonces fue “la necesidad nos apura, pero nunca están solos, siempre van con un oficial con experiencia”.
En una lapso de medio año, una persona que ingresó como cadete pasa a portar un arma y tener que intervenir en situaciones límite de todo tipo. ¿Es suficiente el tiempo para aprender técnicas de desescalado en un conflicto? ¿Comprender y aplicar las leyes? ¿Entender los procedimientos legales que implican una detención?. Para que nos demos una idea en Estados Unidos el tiempo es igual al nuestro, en Suecia son 2 años y medio más 6 meses como pasante, en Chile un año como mínimo y en Perú eran 5 años hasta 2017 donde se cambió el proceso . Como podemos apreciar, Argentina cuenta con un proceso relativamente corto comparado con otros países de la región u otros estados que son considerado “ejemplo” a nivel mundial. La necesidad de poner uniformados en la calle ante la inseguridad, lleva a mandar a nuestras y nuestros jóvenes a situaciones para las que quizás no están del todo preparados.
El entrenamiento y la capacitación no terminan el día que se egresa; cualquier policía nos dirá que para hacer bien su trabajo requiere de cursos sobre aplicación de leyes, procedimientos, tecnología, entrenamiento físico y práctica de tiro. Estos son espacios y tiempos que hoy por hoy no están dados en su totalidad, volviendo difícil para un uniformado adquirir las herramientas necesarias para hacer su trabajo.
Tal vez sea el momento para que autoridades políticas y los altos mandos de la fuerza hagan un mea culpa, se sinceren y evalúen futuras acciones para revertir la situación actual. Los períodos de descanso como las vacaciones, son muchas veces para reflexionar y comenzar a instrumentar cambios. Hoy la policía provincial no pasa por su mejor momento y ha perdido esa conexión con la comunidad que supo tener. Será menester de las figuras a cargo comenzar a reconstruir esos puentes y pensar en una fuerza de seguridad que cuide tanto a la ciudadanía como a la “tropa”.