Graham Greene nació en 1904 en un pequeño pueblo (Berkhamsted) al norte de Londres. Se lo podría definir como un artesano de la novela o como ese escritor que en el afán de prescindir de una sesión semanal con un psicólogo, prefirió crear historias con personajes que actuaban con una compensación especial, un anzuelo que atraía a los lectores con sentimiento y misterio.
Más de trescientos setenta títulos avalan la fama y la trascendencia dentro del mundo literario de alguien que en esencia disfrazaba sus historias con fatalidad espiritual. Es verdad que su trabajo dentro de los servicios secretos británicos (prestó servicios en 1943 en Sierra Leona y posteriormente en Lisboa) colaboraron con sus obras plagadas de intrigas, viajes, pecados, dilemas morales y sucesos políticos. También es cierto que sus libros toman dos caminos, uno filosófico (acompañado de una intención polémica) y otra cobijada por el suspenso, la acción y el entretenimiento.
Greene viajó a México en la primavera de 1938 y su estadía duró un par de meses, por ello quizás “El poder y la gloria” sea la obra que cuenta con mayor pericia la odisea de un cura rural (El Padre Whisky) acorralado ante el ejercicio del catolicismo, el cual se encontraba prohibido.
Esta novela social y psicológica está ambientada en los años treinta, en un estado distante de México. La revolución ha comenzado y en Tabasco al cual calificó como: “ (…) el estado sin Dios, el paisaje del terror y el cautiverio (…)” (Greene, 1996) gobernó hasta 1935 un verdadero personaje como lo fue Tomás Garrido Canabal, anticlerical de pura cepa, en 1925 dispuso que los sacerdotes debían contraer matrimonio. Allí inicia el tema de su obra. Garrido Canabal no es mencionado en su novela, pero sus acciones, imprudentes muchas e irrespetuosas otras, sí lo son. Saqueo de iglesias y clausura de otras, retiro de cruces de cementerios y mausoleos, reemplazo de fiestas patronales y nombres de lugares con denominación de “santos”, hasta suplió la palabra adiós por “salud” para despedirse. No obstante y a pesar de la revolución, los pobres seguían siendo pobres y la corrupción de funcionarios y policías no cedía.
Los personajes en la obra de Greene eran genéricos, quizás por ello carecen de nombres propios, esa identidad es general. El cura es el perseguido y el policía el perseguidor. Ellos son antagónicos, la representación de la fe y la razón, el bien y el mal, la espiritualidad y el materialismo.
El cura lucha con el miedo a morir fusilado, la traición del mestizo, el deber de cumplir con su misión sacerdotal y el afán de sobrevivir. Está constantemente arrinconado.
La mano poderosa queda monopolizada por el Teniente y el Director de la cárcel. Esos tipos de autoridad no conciben la entrega al prójimo, solo gozan con la miseria y la individualidad.
Greene fue un escrito prolífico, creativo, exitoso, perpetuo candidato al Nobel de Literatura, un niño mimado por los editores; sin embargo y tras críticas ardorosas nunca renunció a sus convicciones políticas, morales y religiosas. Ellas fueron representadas más allá de las modas literarias de su tiempo, sus personajes eran los encargados de glorificar esos atributos. Vale la pena citar que su detracción a la revolución mexicana se basaba en el concepto que este era un movimiento socialista o comunista de carácter anticlerical.
El mayor galardón literario nunca desveló a Henry Graham Greene, decía al respecto: “…Soy demasiado popular para ganarlo; yo no escribo cosas complicadas…” a lo que agregaba un dato no menor:”… Los suecos no tienen mucha simpatía por los católicos…”.