Decir que la filosofía, su aprendizaje, ejercicio y enseñanza parece ser material circunscripto al mundo masculino, no es ningún hallazgo. Sin embargo no todo lo que estudiamos, aprendemos, leemos y analizamos tiene el poder de la verdad revelada.
Si pensamos en la filosofía, se arremolinan en nuestra memoria los nombres ilustres de Platón, Aristóteles, Descartes, Kant, Sartre y así podríamos continuar. Pero si jugamos a construir la lista (aunque en menor número) de filósofas tal vez el intento quede en eso, un intento malogrado. A pesar que la historia ha tratado de mantenerlas en el anonimato y callarlas, sus apotegmas han visto la luz. Desde Cleobulina de Lindos (aunque tenga nombre de remedio vivió en el Siglo VI a C.) a Hiparquía de Maronea (350 a C. a 280 a C.). Ambas junto a Apasia e Hipatía también formaron parte del selecto pensamiento de la filosofía griega.
Hiparquía vivía según sus propias reglas, eso hace que la historia la describa como una “mujer extradoméstica”. Nada tenía que ver con el carácter sumiso, callado e impasible de la mujer griega. Su filosofía se apoyaba en el movimiento cínico, el cual refería a la protesta y la ruptura de las convenciones sociales tradicionales.
Poco ha sobrevivido de su literatura antigua, algunas frases y anécdotas son el testimonio que Grecia ha dejado de ella. “(…) yo, Hiparquía, las labores de mujeres de amplios vestidos no elegí, sino la vida vigorosa de los perros…” (Fuente Antípatro de Sidón). Esta corriente y sus seguidores eran llamados cínicos por la “desvergüenza” que mostraban dentro del orden moral de la sociedad griega antigua y la denominación de perros remite a la legitimización de la unión conyugal en las plazas públicas, imitando así a los perros. Una mujer discrepante que defendía “la ética cínica” y su principio fundamental:” volver a la vida en la naturaleza”.
Muchas otras mujeres aparecen en el mundo diverso de la filosofía (Olympe de Gouges, Sophie de Grouchy, Harriet Taylor Mill).
En nuestro país Elvira López se doctoró en el año 1901 en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Fue la primera mujer de Argentina y Sudamérica no solo en obtener un título de grado y post grado sino que su tesis abordó “El movimiento feminista. Primeros trazos del feminismo en Argentina” (Título textual, desde el año 2009 se encuentra disponible en línea gracias al trabajo desarrollado por la Biblioteca Nacional Mariano Moreno). Defendió su trabajo en tres ocasiones, siempre fue evaluada por hombres y su nota fue concluyente: sobresaliente. Los trazos de su trabajo presentaban la teoría biologicista de inicios del siglo XX. Parece que todo se encontraba atado a la anatomía, lo estructurado y neurológico de ese ser viviente llamado mujer. La idea de maternar era una cuestión biológica, no se la consideraba una construcción social. Ser mujer, ser madre, ser débil, era así y no se cuestionaba. Aunque todo esto representaba un círculo cerrado para Elvira, ella subrayaba de manera relevante en su tesis la educación femenina, muy especialmente en los prejuicios que se imponían en esa época a la instrucción de la mujer. Veía como anticuado el pensamiento que sostenía solo las cuestiones de índole doméstica. Estas eran territorio exclusivamente femenino. La libertad que propiciaba Elvira estaba sujeta a la frase:” …la mujer necesita también extender su esfera de acción”. A buen entendedor, pocas palabras.
La historia las silenció y ocultó, a pesar de ello existieron en un mundo construido para y por el varón. Procuraron abrirse paso y librarse de la exclusión. Lo importante era despertar a la mujer como lo propuso Olympe de Gouges (1748-1793): “Mujer ¡despierta! La campana que toca la razón resuena por todo el Universo, ¡conoce tus derechos!”.
Olympe murió ejecutada en 1793 por un tribunal que la acusó de reaccionaria.