Profesional de enseñanza primaria. Docente en contextos de encierro. Representante docente JCyD. Directora jubilada.

El libro de los muertos fue el título contemporáneo de un texto funerario del Antiguo Egipto que se cree estuvo vigente durante el último período del Imperio Egipcio cercano al 1550 a C. Recientemente (el día 16 de enero de 2021, en la pirámide del rey Teti durante el Reino Nuevo en Saqquara) se encontró un papiro de cuatro metros de largo, este contenía el capítulo siete del “Libro de los Muertos”.

Este manual ayudaba a los difuntos a superar el juicio de Osiris (dios de la mitología egipcia, uno de los más importantes, dios de la resurrección, de la fertilidad y del inframundo). Generalmente era representado como un ser momificado, su piel era verde o negra y ostentaba los atributos de la realeza. Cuando esta prueba era superada satisfactoriamente, comenzaba formalmente el viaje hacia el más allá.

Dentro de sus ciento noventa capítulos, el más conocido es el llamado “Papiro de Ani”. Este resaltaba las características positivas del difunto, pero solo su corazón sería la prueba o “boleto” para dar inicio a la travesía. A fin de realizar la comprobación de “un corazón puro”, se procedía a pesar el órgano ante los ojos de la diosa de la verdad y la justicia, Maat. Solo una pluma de avestruz y el corazón del muerto en los platillos de la balanza. Si ésta lograba el equilibrio, Maat decretaba que su vida había sido ejemplar (para ello le realizaban preguntas que el difunto debía contestar con sinceridad, si había matado o robado o falseado, etc.) Entonces Anubis lo conducía hasta Osiris. Pero si el corazón no lograba llegar a equipararse con el peso de la pluma, Ammyt, La Devoradora, comería su cuerpo. Para los egipcios su envase era fundamental. La finalidad, llegar con él al campo de los papiros (una especie de paraíso egipcio).

El cuerpo era el vehículo, pero el corazón era el contenedor de la moralidad y el estado de conciencia puro.

Todos los secretos y los símbolos mágicos estaban descriptos en este texto. Eran verdaderas fórmulas para poder acceder al más allá.

Para tener una post vida fabulosa había que demostrar todo lo que la persona había logrado en la Tierra. Las tumbas eran símbolo de ello y estaban proporcionalmente ligadas al prestigio social, económico y político. Por ello era fundamental tratar de llevarse todo lo ganado con el fin de perpetuarse. Preservar el cuerpo era el medio para que tu alma lo reanimara y así se llegaba sin escalas a la eternidad. Ya no eras esa persona, ahora eras un ser sagrado. Era el fin de tu vida en la Tierra y el inicio de una segunda etapa.

No todas las personas estaban en condiciones de leer las escrituras, para poder decodificarlas era importante la presencia de los sacerdotes. Ellos eran los custodios de estos textos y de los detalles del mundo funerario.

La cultura del Imperio Egipcio quizás fue una de las que mayor significación le otorgó al misterio de la muerte. Como creían en el inicio de una viaje, el alma se desprendía del cuerpo, pero este debía ser preservado, por ello practicaban la momificación (claro que solo gozaban de este privilegio los faraones, su familia, los integrantes del gobierno y los comerciantes más ricos) la cual era una técnica muy costosa y prolongada ( si se realizaba de forma completa, duraba aproximadamente setenta días para darse por finalizada) a ello se le sumaban uno o varios sarcófagos de madera o piedra, las tumbas (pirámides) como arquitectura de la muerte y las ofrendas rituales (desde joyas, vasijas hasta animales momificados, por lo general gatos, pero se han encontrado también cachorros de león). Todo un gasto.

Acaso no se conformaban con la idea de la muerte como acto inevitable. Es verdad que la veían como punto de partida y no de llegada. Partida, donde una nueva vida daba inicio, de otra forma, camino hacia la plena luz y con el veredicto necesario para acceder a un jubiloso viaje o ser devorado por una divinidad.

La momificación, los rituales de unción, purificación, enterramiento, de las ofrendas formaban parte esencial del culto al difunto.

Una forma de expresar sentimientos, de establecer estrategias de defensa ante el acto natural de perecer, de comprender el misterio de la vida y la muerte. Quizás el anhelo de renacer luego de partir.

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