Periodista de Tierra del Fuego.

Allá por abril, se dio a conocer que la empresa Mirgor, de Nicolás Caputo- socio de Macri- tenía previsto la suspensión de 750 empleados. Esta medida causó estupor en el seno político fueguino, a tal punto que el gobierno provincial reaccionó ante un comunicado de AFARTE. El propio Melella manifestó como una «presión innecesaria, no es un buen gesto de los industriales de Tierra del Fuego». Esto se desató al inicio de cuarentena, y como todos bien sabemos, en nuestra provincia las cosas cambian día a día.

Hace solo unos meses, el intendente de Río Grande decía «No puede ser que, en las horas más difíciles, la empresa que más ha ganado en los últimos cuatro años nos dé la espalda a los riongrandenses. Mirgor tiene que ser más solidaria con la gente de Río Grande, como la ciudad lo ha sido con la empresa. El año pasado Mirgor facturó no menos de 1.000 millones de dólares, según balances presentados en la Comisión Nacional de Valores, y sólo en beneficios del régimen recibió 180 millones de dólares.»

En esa misma línea la firma conocida como socia del ex-presidente, se llevó activos del país. A Mirgor se la criticó duramente hace unos meses por haber «fugado» más de 240 millones de dólares a un paraíso fiscal, cuando inclusive se la acusó de bajarle el salario a los trabajadores. Con lo cambiante de la política, quien hoy es un villano, mañana podría ser un héroe.

«La necesidad tiene cara de hereje», la empresa que atentaba contra los intereses de la provincia, ahora es una industria fundamental por su trabajo en los respiradores artificiales. No sólo genera actividad industrial y empleo, sino que genera valor agregado en la provincia, refutando el viejo mito que en la provincia «solo se ensambla». Si pensamos en las falencias estructurales del sistema sanitario argentino, con o sin tiempo de preparación mediante, industrias que abastezcan con producción nacional son indispensables en el contexto de crisis que vivimos.

Hoy la cúpula del gobierno, quizá con un poco de memoria selectiva, hace alarde de las potencialidades de la fábrica, se saca foto con los operarios y muestra videos de los aviones siendo cargados; un poquito de rosca publicitaria para una gestión que viene con desaciertos o decisiones «poco felices». Hoy nos dicen «que buenos que son los empresarios que invierten en la provincia». ¿No era esta la misma empresa malvada y desagradecida? ¿Tuvo Caputo una epifanía cual «Cuento de Navidad», el clásico de Charles Dickens, dejando el capitalismo salvaje por la responsabilidad social?. O quizás las empresas buscan el beneficio de la organización, sin ser inherentemente buenas o malas, y son las leyes firmes y reglas del juego claras las que limitan su accionar; no políticos que se cambian de vereda según convenga: los famosos «veletas».

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