Profesional de enseñanza primaria. Docente en contextos de encierro. Representante docente JCyD. Directora jubilada.

No es ningún secreto la dilatada bibliografía producida por Gabriel García Márquez, pero en “Del amor y otros demonios” consiguió modelar una obra atípica.

Tal vez el renombre de este colosal autor se debe en parte a la innata maestría de hacer ver una historia ficticia como si fuera real. Ello sucede con los personajes y situaciones que se presentan en esta obra.

Gabriel García Márquez cuenta que siendo reportero, el 26 de octubre de 1949 se dirigió al convento de Santa Clara con el fin de cubrir una noticia. Allí presenció la apertura del ataúd que contenía el cuerpo de una jovencita con una larga cabellera y trajo a su mente la leyenda que le contaba su abuela de “una marquesita cuya cabellera se arrastraba como cola de novia”. Aquí aparece ese “realismo mágico” que inspira las historias de Gabo y las hace únicas. No se deja ver solo la magia, sino la colosal capacidad del autor de producir hechos ilusorios y transformarlos en verdaderos. Ese convento aún existe pero fue remodelado y en la actualidad funciona como hotel.

La historia refiere a Sierva María y su supuesta posesión demoníaca, luego que un perro callejero y rabioso la mordiera. Ello suscita la necesidad de una determinación extrema de parte de su familia, realizarle a la niña un exorcismo.

Ni este triste e imprevisto suceso hacen que los lazos familiares se acerquen. Bernarda, la madre de Sierva María, odia todo lo que le recuerda su unión al Márquez de Casualdero, Ygnacio, su esposo (su unión solo era un acto premeditado basado en obtener beneficios de carácter material, así más tarde procedería a envenenar a su esposo  con el fin de quedarse con su fortuna). Por ello la niña pasa sus días en estrecho vínculo con los sirvientes de la casa. Su cultura se acerca más a la africanidad que a sus propios padres hispanos.

Dominga de Adviento era la antigua criada del Márquez y la encargada de oscilar entre dos mundos con tradiciones bien diferentes. El desamor de los padres de Sierva María de Todos los Ángeles (abundan aquí los términos referidos a aspectos religiosos hispanos en contraposición con el espíritu indómito de la niña) hizo que los esclavos fueran los que se ocupaban de su educación y “quienes inculcaron toda su rebeldía agazapada, todos sus anhelos de libertad, sus costumbres, su fe” según palabras propias de su padre. En realidad la niña se identificaba con la cultura de los sirvientes, ello queda en evidencia ya que luego de ser bautizada bajo sus ritos toma como nombre propio uno inventado, María Mandinga.

De esta forma queda claramente expresado que la idea esencial de la obra radica en la influencia de la Iglesia (la novela está ambientada en Cartagena de Indias, Colombia, en el siglo XVIII) sin opción de cuestionar sus resoluciones.

Las diferencias y los prejuicios sociales alteran las decisiones de la familia. Ni en el propio médico (Abrenuncio) confían por ser judío y de apellido portugués. (Bernarda lo demuestra al manifestar “preferiría morirse como estaba, sola y desnuda antes que poner su honra en manos de un judío agazapado”).

El entorno de Sierva María se regía según sus preceptos y todo aquel que se atreviera a polemizar o disputar sus ideas era tildado de hereje (lo propio ocurrió con Abrenuncio). 

Pero la mayor enfermedad que presentaba esa sociedad colonial reposaba en el miedo, la intolerancia, la incapacidad de querer a otro diferente. Una naturaleza impracticable ante el amor interracial.

Una historia de sarcasmo e infortunio entre lo pasado y lo presente, lo cierto y lo ilusorio. 

«En este mundo opresivo en el que nadie era libre, Sierva María lo era: solo ella y solo allí. De modo que era allí donde se celebraba la fiesta, en su verdadera casa y con su verdadera familia.» (“Del amor y otros demonios”)

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