Profesional de enseñanza primaria. Docente en contextos de encierro. Representante docente JCyD. Directora jubilada.

Esta antología está compuesta por cuarenta y tres cuentos escritos por Lucia Berlin (así, sin tilde). Su recopilación ocurrió muchos años después de su muerte, más de diez.

Quizás representa como nadie el llamado “realismo sucio” con un surgir filoso al minimalismo. Su estilo fue contemplado en paralelo al de Raymond Carver y Ernest Hemingway.

Nació en Alaska en 1936 y murió en California en 2004.Sin duda pertenece a aquellas perlas perdidas de la literatura anglosajona. Por aquella época la escritura era unidireccional y la oportunidad de publicación también. Eran tiempos donde prevalecían los autores masculinos.

Así sus primeros trabajos se dieron a conocer por medio de revistas y este libro recién editado en 2015 reúne relatos de varias colecciones.

Su vida en verdad no fue un cuento, sino una novela. Estuvo plagada de excesos y sostenida por una gran incorrección social. Ello hizo que se mantuviera cercana a temas de lo más variados pero siempre cercanos a lo real. Tal vez por esto explota su costado más espontáneo, saltando de un extremo a otro de los sentimientos y las sensaciones, pero siempre apegados a la verdad.

El cuento que da nombre a este texto puede aparecer como una prosa dada a empellones, pero de a poco nos acerca al relato. Entre sus múltiples empleos Lucia fue empleada doméstica (tras tres matrimonios y cuatro hijos trabajó denodadamente para sustentarse sola). Así dispone del relato en forma de manual de instrucciones. Nuestra mujer de la limpieza relata trillados lugares comunes que servirán a las que se inician en este trabajo.

“Las mujeres de la limpieza lo saben todo”.

“Las mujeres de la limpieza roban”.

Estos repetidos estereotipos viran de lo común y humorístico a la soledad y la melancolía: “Creo que lo único que robo, de hecho, son somníferos. Los guardo para un día de lluvia”. Así deja al descubierto su verdad brutal.

Las entradas y las salidas a centros de rehabilitación por su adicción al alcohol ocuparon buena parte de su inquietante vida.

Esta mujer culta, sagaz y asombrosa observa al mundo fijamente y expone las diferencias de las clases sociales. Contempla como los ricos viajan en sus coches mientras que: “La gente pobre está acostumbrada a esperar. La seguridad social, la cola del paro, lavanderías, cabinas telefónicas, salas de urgencias, cárceles, etcétera”.

Muchos relatos más componen está antología (cuarenta y tres en total) donde los detalles hacen que la realidad asome a cada paso. Ella parece ser la protagonista de estos cuentos que crean una atmósfera con personajes intensos, dentro de una historia dinámica, su propia vida.

Desde el inicio del texto se percibe una fragancia plagada de certezas. No presenta traba alguna a la hora de mostrar el deterioro, la imperfección, la banalidad, la disfuncionalidad, el estar fuera de lugar y la provocación con una dosis justa de ternura y humor.

La cuentista Lydia Davis en el prólogo de este libro dice: “Siempre he tenido fe en que los mejores escritores tarde o temprano suben (…) y acaban por cosechar el reconocimiento que se les debe: se hablará de su obra, se les citará, se les comentará en clase, se llevarán a escena, al cine, se les pondrá música a sus textos, se recogerán en antologías…”.

Tal vez el título de esta antología no llegué a reflejar con nitidez la riqueza de la prosa de Lucia Berlin. 

Escribió setenta y siete cuentos a lo largo de su vida y “Manual para mujeres de la limpieza” es una recopilación de algunos de ellos, una publicación ulterior a su existencia.

Captó como nadie diversas realidades, cargó de emotividad a sus personajes (que luchaban por sobrevivir como ella lo hizo), describió con entusiasmo las escenas cotidianas, utilizó un lenguaje claro, preciso y seductor.

Su voz fue diferente y más allá del título, pueden descubrirse mundos con una fuerte mirada en cada cuento.

Una cultora de la autoficción, de la literatura de lo vivido. La medida justa entre veracidad y fantasía.

“No me importa contar cosas terribles si consigo hacerlas divertidas” (Lucia Berlin en el cuento Silencio).

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