Henry Kuttner fue un novelista y cuentista estadounidense (1915-1958) aunque en muchas de sus obras utilizó seudónimos como Lewis Padgett o Noel Gardner. La gran mayoría de sus relatos fueron escritos con la colaboración de su esposa Catherine Lucille Moore. Sus historias creadas en soledad o acompañado formaron parte de la literatura de ciencia ficción, fantasía y terror.
“Las ratas del cementerio” fue el primer relato que Kuttner vendió para su posterior publicación en una característica “revista pulp” de aquella época. Su nombre era Weir Tales y el año de su mayor éxito fue 1936.
Allí cuenta que Masson es viejo y está cansado. Es el cuidador de uno de los cementerios más antiguos de Salem. El anterior desapareció misteriosamente. Masson no va a dejarse intimidar, el miedo no se instaló en su corazón.
El dinero que hace vendiendo joyas, objetos de valor, dientes de oro, cadáveres a anatomistas de dudosa formación académica conforman un negocio paralelo demasiado rentable. Ahora es todo un experto saqueador de tumbas. Aunque no todo es prosperidad para él, hay un gran y numeroso problema y son las ratas. Ellas se están volviendo anormalmente grandes y el cebo que coloca a diario no parece exterminarlas. La leyenda cuenta que ellas se volvieron gigantes gracias a unos cargamentos misteriosos que traían los barcos desde lugares lejanos a los muelles de Salem. Masson no creía en esto. Una noche comprueba que algo no anda bien en su propio territorio. Él desea hacerse de un valioso botín, para ello debe profanar una tumba ya marcada.
Un par de finos gemelos y un alfiler de perlas ya tiene comprador. Pronto verá con sus propios ojos como las ratas le roban el cadáver. La codicia lo llevará a una resbalosa y fétida madriguera. El resto queda librado a la imaginación del lector, sólo podemos adelantar que Masson creyó que la situación era absurdamente peligrosa. Tal parece que tan valiente no era. El final apoteótico.
Este cuento corto crea una atmósfera que mantiene a los lectores reviviendo los temores ocultos del protagonista. Una buena amalgama entre lo trivial y lo sobrenatural. Si hasta hay una momia viviente. Y esa no es la única sorpresa que Kuttner se guardó para el final.