El ecosistema educativo, y por ende el sindicato, siempre fueron uno de los “caballitos de batalla” del gobernador Gustavo Melella. La mala relación del gremio y la gestión provincial previa le permitió establecer una alianza que se extendió a lo largo de los años, fundada principalmente en el músculo presupuestario, pero últimamente el vínculo parece roto, al menos en lo discursivo. Un lustro de gestión ha transcurrido y la inversión en mejorar la calidad educativa quedó limitada al salario con deficiencias edilicias que persisten, junto a un modelo educativo de muchas promesas y sin ningún cambio.
Hace algo de un mes el gobernador volvió a la carga sobre algunas de las temáticas que le gustaría transformar, ¿quizás un adelanto a su tan ansiada reforma legislativa que se vio truncada a mediados del año?. En sus diversas alocuciones, Melella viene recalcando la necesidad de garantizar igualdad de oportunidad y conectar con el perfil productivo. Esta semana destacó que “no se puede discutir la transformación educativa con permanentes asambleas y paros. Vamos a tener una posición muy clara”, agregando que “discutamos lo que tengamos que discutir, pero con los pibes en las aulas”, aludiendo que a veces el “reclamo es excesivo”.
Melella, al igual que sus predecesores, está descubriendo el modus operandi histórico del gremio docente. Llegó un poco tarde a la conclusión, cinco años de gestión pasaron de los ocho posibles (en caso de no haber una reforma constitucional que permita la re-reelección), y en San Martín 450 comprendieron que el SUTEF es el gremio de las y los trabajadores de la educación, no el gremio de la educación. Esta diferencia es simple y radica en que su representante, el adusto Horacio Catena, no brega por la educación, sino por la remuneración de quiénes la brindan.
Pasó lo mismo con Bertone, con Ríos y hasta con Cóccaro y el fallido gobierno de Colazo: el gremio piensa en el gremio. La gestión actual, que al encontrarse alejada a esta representación política, endurece el discurso vaticinando posibles descuentos a las desobligaciones, termina cediendo en paritarias. Hay una necesidad de mostrar firmeza a la hora de gestión algo tan crítico como la educación, pero un poco de miedo de enfrentarse al sindicato, quizás avivado por los fantasmas de aquel asedio moderno a la Casa de Gobierno en 2016.
Primero fue Analía Cubino y ahora Pablo López Silva, como cabezas del Ministerio de Educación, que con resultados similares dejan a las claras que el problema no recae en los nombres, sino en una posición displicente del Gobierno Provincial. Las negociaciones nunca abandona el tono superficial de las recomposiciones salariales, que si bien son importantes en un país inflacionario para que las y los docentes tengan un salario digno, poco hacen a la política de Estado de largo plazo de “transformar la educación” que vocifera Melella.
“Las palabras se las lleva el viento” y en un lustro de gestión los resultados son escasos por no decir nulos. Los edificios siguen estando atados con alambre y el sistema educativo parece un espacio de contención más que un lugar de aprendizaje que brinda las herramientas para que el futuro de la provincia cuente con las herramientas que el mundo de hoy requiere. No obstante, poco me sorprenderá cuando el tema se retome en febrero o marzo, siendo uno de los puntos pivotales en esa posible nueva Constitución Provincial que tanto desean desde la Casa de Gobierno. Aunque en formato de ley, las palabras necesitan actos que las respalden, algo que en Tierra del Fuego, siempre se promete, pero nunca se cumple.