Profesional de enseñanza primaria. Docente en contextos de encierro. Representante docente JCyD. Directora jubilada.

Las obras literarias son creadas por escritores, pero ellos son personas comunes y corrientes. Muchas veces sus pensamientos, sus creencias o el modo que tienen de relacionarse con la sociedad que los circunda o la época que les tocó vivir hacen que sean aceptados o no. El reconocimiento y las premiaciones sin duda andan por otro carril. Muchas veces es complejo separar al autor de su obra.

Ello ocurre con Marie Corelli (su nombre real puede encontrarse en algunos textos de la época como Minnie o Mary Mackay la cual nació en Londres, Reino Unido en el año 1855 y falleció en 1924) cuestionada sin piedad por la prensa, pero amada por sus lectores. En lugar de disminuir las ventas de sus obras, ellas inexplicablemente se tornaban cada vez más populares. Así llegó a ser la favorita de la Reina Victoria.

Su primera obra “El romance de dos mundos” (publicada originalmente en el año 1866) fue considerada una novela ocultista, relacionada con la magia negra con atisbos místicos y religiosos. En ella cuenta en primera persona como sufre una terrible enfermedad neuro -degenerativa, se siente sola, deprimida y las ideas suicidas asaltan sus pensamientos. En medio de un descanso conoce a su ángel de la guarda llamado Heliobas el cual parece ser que tiene un manejo avanzado del poder de la electricidad y la energía. Así viajan por el cosmos (Saturno, Júpiter y Venus los esperan) hasta llegar a reconstruir los secretos mejor guardados de la humanidad. 

Ante esta obra los críticos argumentaron que era una literatura deplorable, que Marie no contaba con talento alguno y sólo se creía importante por el tráfico de influencias que había logrado tejer como una telaraña alrededor del poder político y social de su país. Pero Marie lejos de amedrentarse, contraatacó y publicó la continuación de su libro, ella lo llamó “La vida eterna” (su edición en español es discontinuada) donde la protagonista busca sanar su cuerpo y su alma. Ella ejercía así una verdadera resistencia literaria.

Marie se confesó androfóbica, ello añadido a las declaraciones contundentes que se le atribuyen en una época donde esto se condenaba duramente, decía sentir “… un odio y un disgusto tales hacia la parte masculina de nuestra especie, que si un hombre la tocaba, sólo por accidente, sentía un profundo malestar durante varios días…” Pero no era criticada sólo por ello, su mayor pecado fue verter fuertes conceptos en relación a la opresión que ejercía la institución del matrimonio de la cual nunca formó parte en su vida.

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