Profesional de enseñanza primaria. Docente en contextos de encierro. Representante docente JCyD. Directora jubilada.

El libro “Fantasmas de hielo” de Paul Watson (Canadá 1950) cuenta la historia de John Franklin, un contralmirante británico quien se unió a la Marina Real a los catorce años y se desveló con la idea de hallar un paso hacia el noroeste del ártico.

La expedición perdida de Franklin fue un viaje de exploración ártica realizada con dos barcos el Erebus (Tinieblas Eternas) y el Terror. La logística de esta se armó con la precisión de un reloj suizo, en ellos se llevaba provisiones calculadas para tres años y hasta contaban con una frondosa biblioteca cada uno, además de estar equipados con los últimos avances de la náutica. La idea era encontrar rápidamente el paso evitando el hielo, pero por las dudas llevaban latas de conserva extra.

Si hacemos historia en el siglo XIX pasar del océano Atlántico al Pacífico era una misión difícil pero necesaria. Era ineludible rodear el continente americano por el extremo sur. Inglaterra ponía empeño en encontrar el paso con el fin que los comerciantes lograran un acceso rápido y efectivo a los mercados de Oriente.

Franklin ya era demasiado grande para capitanear la expedición (tenía 59 años), pero varios oficiales más jóvenes ya se habían negado; así fue como inició una nueva misión.

El día 19 de mayo de 1845 los buques zarparon acompañados hasta Groenlandia por un barco de suministros que regresó con correspondencia para los familiares que estaban en el Reino Unido.

Las naves de la Expedición Franklin fueron vistas en julio de 1845 por última vez por un barco ballenero. Ahí se pierde el rastro y se corta la comunicación. Durante el año 1846 no se supo nada de ellos, pero como las provisiones eran para tres años no hubo mayores preocupaciones. En noviembre de 1847 finalmente se aprobó un plan de rescate, luego de un largo ida y vuelta de orden burocrático. Dos intentos fallidos de rescate nos llevan hasta 1848. Entre 1850 y 1854 se encuentran huellas de fogones, latas, ollas, tumbas y restos humanos.  A estas alturas, las costas de la isla del rey Guillermo eran el escenario que las ponían como  testigos del horror y el sufrimiento. Nunca se encontró la totalidad de la expedición. Seguramente sus barcos habían sido atrapados por el hielo y ellos por el hambre. Aún hoy continúa el misterio.

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